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((**Es5.141**) en la sesión del 27 de diciembre y en la del 2 de enero. El Ministerio había recomendado vivamente al arzobispo de Génova y a los obispos de Annecy y de Morienna que habían ido a Roma, que, si les era posible, facilitaran las gestiones con la Santa Sede para la cesión al Estado de los bienes eclesiásticos. No eran sino lisonjas, porque lo que se pretendía a toda costa era conculcar los derechos de la Iglesia. El Santo Padre se había mostrado dispuesto a ayudar a las finanzas del Piamonte, y fijaba condiciones muy favorables para esta cesión. Pero el Gobierno había enviado a Roma, por toda respuesta, una copia del proyecto de ley: lo que evidentemente equivalía a romper todo trato mientras durase el presente Ministerio. En tanto, de todas partes llegaban al Parlamento peticiones para que rechazara la ley. Se presentaron a las Cámaras dos mensajes del Episcopado del reino, verdaderamente dignos por el cargo y por la fuerza del razonamiento ((**It5.184**)) de los personajes que los suscribían. Los católicos, que podían tener alguna influencia en los asuntos públicos, se iban preparando para la lucha. De cuando en cuando, por la noche, algunos de los personajes más distinguidos de Turín acudían a la Residencia Sacerdotal para conversar con don José Cafasso, durante la cena de los residentes. Iban a él para reafirmarse en sus convicciones, armarse de valor, y recibir una dirección acertada para librarse de seducciones y engaños. Don José Cafasso, siempre en el justo medio, sabía indicar con precisión lo que había que hacer, y recomendaba a todos la unión, la obediencia, el respeto al Papa y la perseverancia en el cumplimiento de los deberes del buen cristiano. Todos eran amigos de don Bosco; estaba entre ellos el marqués Fassati, quien sabía todo lo que don Bosco hacía aquellos días en favor de la buena causa, y desde luego de acuerdo con don José Cafasso. También el conde Clemente Solaro de la Margherita acudía semanalmente a aquel santo director a templar su alma para luego defender los derechos de la Iglesia en la Cámara Piamontesa. Entre tanto, el 9 de enero de 1855 empezaba en la Cámara de Diputados la discusión sobre la confiscación de los bienes eclesiásticos. De labios liberales salieron estas peregrinas frases: -El poder civil tiene derecho a intervenir en la propiedad eclesiástica, cuando con ella no se consigue su finalidad. La Iglesia no tiene derecho a poseer. Los pobres tienen derecho sobre los bienes de la Iglesia, y cuando la nación es pobre, debe resarcirse con ellos. Las comunidades religiosas no deben reconocer más personalidad civil que la de la soberanía de la nación a que pertenecen. El Conde de la Margherita refutó con elocuencia y entereza ((**It5.185**)) (**Es5.141**))
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