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Y repitió estas palabras por dos veces. Luego
se retiró a toda prisa y cerró tras sí la puerta.
Don Bosco quería saber, quería preguntar, quería
pedir explicaciones; se levantó, pues, de la mesa,
salió al balcón y vio al paje en el patio montado
a caballo. Le llamó, le preguntó por qué había
vuelto a repetirle aquel ((**It5.179**)) aviso;
pero el paje gritando: -íGrandes funerales en la
Corte! -desapareció.
Al amanecer, don Bosco mismo escribió otra
carta al Rey, contándole el segundo sueño, y
terminaba diciéndole <>.
Por la noche, después de cenar, exclamó don
Bosco en medio de sus clerigos:
->>Sabéis que tengo que deciros algo más
extraño que lo del otro día?
Y contó lo que había visto durante la noche.
Entonces los clérigos, más asombrados que antes,
se preguntaban qué podían significar aquellos
anuncios de muerte; y ya se puede suponer su
ansiedad, esperando cómo llegarían a verificarse
aquellas predicciones.
Entre tanto, manifestaba abiertamente al
clérigo Cagliero y a algunos otros que aquéllas
eran amenazas de los castigos que el Señor hacía
llegar a quien ya había causado muchos daños y
males a la Iglesia y estaba preparando otros.
Aquellos días estaba acongojadísimo y repetía a
menudo:
-Esta ley acarreará grandes desgracias en casa
del Soberano.
Decía esto a sus alumnos para animarles a rezar
por el Rey, y para que la misericordia del Señor
evitase la dispersión de muchos religiosos y la
pérdida de muchas vocaciones.
El Rey confió las cartas al Marqués Fassati, el
cual, después de leerlas, se presentó en el
Oratorio y dijo a don Bosco:
->>Le parece éste un modo decente de poner en
zozobra a toda la Corte? íEl Rey se ha
impresionado y está alterado!... Más aún, está
furioso.
Y don Bosco respondió:
->>Y si lo escrito es verdad? Me duele haber
ocasionado estos disgustos a ((**It5.180**)) mi
Soberano; pero, después de todo, se trata de su
bien y el de la Iglesia.
Los avisos de don Bosco fueron desoídos. El 28
de noviembre de 1854, el ministro de Justicia
Urbano Ratazzi presentaba a los diputados un
proyecto de ley para la supresión de los
conventos. El conde Camilo Cavour, ministro de
Hacienda, estaba decidido a lograr la aprobación a
toda costa. Aquellos señores sostenían como
(**Es5.138**))
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