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((**Es5.137**) alrededor. Estaban allí don Víctor Alasonatti, Angel Savio, Cagliero, Francesia, Juan Turchi, Reviglio, Rúa, Anfossi, Buzzetti, Enría, Tomatis y otros, en su mayor parte clérigos. Don Bosco les dijo sonriendo: -Esta mañana, queridos míos, he escrito tres cartas a personajes muy importantes: al Papa, al Rey y al verdugo. Estalló una carcajada general al oír juntos los nombres de estos tres personajes. No les extrañó el verdugo, porque sabían que don Bosco tenía amistad con los guardianes de las cárceles, y que aquel hombre era un buen cristiano. El ejercía la caridad con los pobres lo mejor que podía, escribía a las gentes del pueblo las súplicas que deseaban enviar al Rey y a las Autoridades; pero tenía gran pena porque un hijo del verdugo había debido dejar de ir a la escuela pública, por el desprecio de sus compañeros, cuando supieron el empleo de su padre. En cuanto al Papa, bien sabían que mantenía con él correspondencia. Pero aguijoneaba su ((**It5.178**)) curiosidad el deseo de saber qué había escrito don Bosco al Rey, tanto más cuanto que ellos conocían lo que él pensaba sobre la usurpación de los bienes eclesiásticos. Don Bosco no se lo ocultó, sino que les contó lo que había escrito al Rey para que no permitiese la presentación de la infausta ley. Luego narró el sueño, terminando así: -Este sueño me ha puesto malo y me ha cansado mucho. Estaba preocupado y exclamaba de cuando en cuando: ->>Quién sabe?... >>Quién sabe?... íRecemos! Los clérigos, sorprendidos, empezaron a conversar, preguntándose unos a otros si habían oído decir que en el palacio real hubiese algún noble señor enfermo; pero concluyeron todos en que no había la menor noticia de nada. Entre tanto don Bosco llamó al clérigo Angel Savio y le entregó la carta: -Copia, le dijo y anuncia al Rey: íGran funeral en la Corte! Y el clérigo Savio escribió. Pero el Rey, por lo que llegó a saber don Bosco a través de sus confidentes empleados en palacio, leyó con indiferencia la carta y no hizo caso de ella. Pasaron cinco días desde el sueño, y don Bosco volvió a soñar aquella noche. Parecíale estar en su habitación, sentado a la mesa, escribiendo, cuando oyó el galopar de un caballo en el patio. De pronto vio que se abría la puerta y aparecía el paje de la librea roja, quien adelantándose hasta el centro de la habitación, gritó: -Anuncio: no gran funeral en la Corte, sino ígrandes funerales en la Corte! (**Es5.137**))
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