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alrededor. Estaban allí don Víctor Alasonatti,
Angel Savio, Cagliero, Francesia, Juan Turchi,
Reviglio, Rúa, Anfossi, Buzzetti, Enría, Tomatis y
otros, en su mayor parte clérigos. Don Bosco les
dijo sonriendo:
-Esta mañana, queridos míos, he escrito tres
cartas a personajes muy importantes: al Papa, al
Rey y al verdugo.
Estalló una carcajada general al oír juntos los
nombres de estos tres personajes. No les extrañó
el verdugo, porque sabían que don Bosco tenía
amistad con los guardianes de las cárceles, y que
aquel hombre era un buen cristiano. El ejercía la
caridad con los pobres lo mejor que podía,
escribía a las gentes del pueblo las súplicas que
deseaban enviar al Rey y a las Autoridades; pero
tenía gran pena porque un hijo del verdugo había
debido dejar de ir a la escuela pública, por el
desprecio de sus compañeros, cuando supieron el
empleo de su padre.
En cuanto al Papa, bien sabían que mantenía con
él correspondencia. Pero aguijoneaba su ((**It5.178**))
curiosidad el deseo de saber qué había escrito don
Bosco al Rey, tanto más cuanto que ellos conocían
lo que él pensaba sobre la usurpación de los
bienes eclesiásticos.
Don Bosco no se lo ocultó, sino que les contó
lo que había escrito al Rey para que no permitiese
la presentación de la infausta ley. Luego narró el
sueño, terminando así:
-Este sueño me ha puesto malo y me ha cansado
mucho.
Estaba preocupado y exclamaba de cuando en
cuando:
->>Quién sabe?... >>Quién sabe?... íRecemos!
Los clérigos, sorprendidos, empezaron a
conversar, preguntándose unos a otros si habían
oído decir que en el palacio real hubiese algún
noble señor enfermo; pero concluyeron todos en que
no había la menor noticia de nada. Entre tanto don
Bosco llamó al clérigo Angel Savio y le entregó la
carta:
-Copia, le dijo y anuncia al Rey: íGran funeral
en la Corte!
Y el clérigo Savio escribió. Pero el Rey, por
lo que llegó a saber don Bosco a través de sus
confidentes empleados en palacio, leyó con
indiferencia la carta y no hizo caso de ella.
Pasaron cinco días desde el sueño, y don Bosco
volvió a soñar aquella noche. Parecíale estar en
su habitación, sentado a la mesa, escribiendo,
cuando oyó el galopar de un caballo en el patio.
De pronto vio que se abría la puerta y aparecía el
paje de la librea roja, quien adelantándose hasta
el centro de la habitación, gritó:
-Anuncio: no gran funeral en la Corte, sino
ígrandes funerales en la Corte!
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