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mayor horror hacia este vicio, no tanto de
palabra, cuanto con todo un conjunto de gracia
divina, de persuasión, de cariño, de miedo, que se
trasfundía del corazón de don Bosco al suyo. Para
animarlos a combatir contra el demonio, repetía
con frecuencia: Momentaneum quod cruciat, aeternum
quod delectat (Momentáneo lo que atormenta, eterno
lo que deleita). Y lloraba de pena al pensar que
muchos jóvenes se perdían por el pecado
deshonesto. Hasta llegó a llorar en público al
hablar con gran fervor sobre este tema y decir:
-Antes de que se cometan estos pecados en el
Oratorio, es mejor cerrar la casa. Estas culpas
acarrean la maldición de Dios hasta sobre naciones
enteras.
Y los muchachos se iban a descansar conmovidos
y cabizbajos, resueltos a guardar celosamente su
corazón para Dios.
<>.
Y añadía don Félix Reviglio, que vivió tantos
años en el Oratorio:
-Puede afirmarse bajo juramento que en el
Oratorio reinaba un ambiente de pureza, que tenía
algo de extraordinario.
Al mismo tiempo, don Bosco formaba a los
clérigos asistentes semejantes a él. Les llamaba
la atención si advertía que tenían demasiada
familiaridad con los alumnos. No permitía que los
asieran de la mano, que los dejaran entrar en sus
celdas, ni que anduvieran en los dormitorios entre
cama y ((**It5.165**)) cama,
salvo el caso de grave necesidad. Quería que todo
entretenimiento o conversación se tuviera en
presencia de todos, y bajo ningún pretexto en
lugares apartados. Les advertía que en sus gestos,
escritos y palabras no hubiese nada que, ni de
lejos, ofreciera dudas sobre su virtud. Les
inculcaba que guardaran severamente sus sentidos
y, cuando los enviaba a ayudar a los actos
religiosos a otros centros, les aconsejaba que
dejaran los ojos en casa.
-Esta mortificación, les decía, es un escudo de
la pureza.
Salió un día don Bosco de casa con un
mozalbete, el cual, al llegar a una plaza, se
distrajo y miraba con insistencia hacia una
ventana. De pronto sacudiole la voz de don Bosco:
->>Qué miras?
El mozalbete se apresuró a darle una respuesta
satisfactoria, y don Bosco, tranquilo y como quien
reflexiona, dijo en voz baja:
-Pepigi foedus cum oculis meis. (Hice un pacto
con mis ojos).
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