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prendados de la pureza; palabras que hoy recuerdan
todavía con cariño Juan Villa y mil más. Don Bosco
no parecía un hombre que hablara, sino un ángel, y
sus oyentes iban repitiendo:
-Sólo el que es puro y casto como los ángeles
sabría hablar de este modo de la pureza.
Don Bosco electrizaba a sus muchachos, hasta
durante el recreo, con exclamaciones espontáneas:
-íQuerría que fuerais otros tantos San Luis!
íMantengamos nuestras ((**It5.163**))
promesas! íEspero, por la infinita misericordia de
Dios, que podamos encontrarnos un día todos con la
cándida estola en la eternidad bienaventurada!
Y si algún meticuloso tenía dudas exclamaba:
-Bueno, bueno, acuérdate de que omnia possum in
eo qui me confortat (todo lo puedo en aquél que me
sostiene).
E insistentemente inculcaba a todos la devoción
a la Santísima Virgen, diciéndoles que la
invocaran en los peligros con la jaculatoria:
íMaría, ayúdame! Más aún, les sugería que
escribieran en sus libros y cuadernos esa
jaculatoria con las iniciales M.A.
Y los prevenía para los peligros que debían
evitar.
Además de los medios espirituales, y muchos
otros que ya conocemos, insistía en la necesidad
de estar siempre ocupados en algo, jugar durante
los recreos, no ponerse las manos encima, ni
caminar de bracete, andar asidos de la mano o
estrechar la del compañero. No consentía que los
jóvenes fueran descorteses entre sí o que se
abrazaran, aunque sólo fuera de broma. Con
prudente rigor, prohibía las amistades
particulares, aún cuando en un principio no
ofrecieran ningún peligro, y en esto era
inflexible. No sólo aborrecía la conversación
deshonesta, sino que no podía aguantar que se
profiriesen palabras plebeyas, que pudieran
suscitar un pensamiento o un sentimiento menos
bueno, y decía:
-Ciertas palabras nec nominentur in vobis (ni
se nombren entre vosotros).
Los exhortaba, además, a obrar siempre de tal
suerte que evitaran la más insignificante sospecha
sobre su conducta.
Pero en sus pláticas don Bosco hablaba de la
pureza más que del vicio contrario y siempre con
términos discretos y prudentes. Evitaba proferir
los términos de tal pecado; no aplicaba a las
tentaciones más epíteto que el de malas y a una
caída la llamaba desgracia. Por el contrario, el
vocablo castidad no le ((**It5.164**))
satisfacía del todo y lo sustituía por el de
pureza, que incluía un sentido más amplio y, según
él, menos fuerte para la fantasía. Infundía en los
jóvenes el
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