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Todos sus escritos son un modelo de suma
delicadeza a este respecto, verdadero y terso
reflejo de su alma.
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Un día conversaba don Miguel Angel Chiattelino
con don Bosco, su confidente y consejero. El buen
sacerdote estaba preocupado con graves escrúpulos,
después de haber confesado, por si no había hecho
las preguntas necesarias para asegurar la
integridad del sacramento. Entonces, don Bosco,
para tranquilizarlo, le cóntó que habiendo ido él
a confesarse con un sacerdote, ((**It5.159**)) novato
en el sagrado ministerio, al ser preguntado sobre
ciertas faltas, le respondió que, por la gracia de
Dios, nunca las había cometido.
->>Y tal cosa?
-No, señor, nunca; el Señor me ha ayudado
siempre.
->>Y tal otra?
-Tampoco, gracias a Dios.
Y agregaba don Bosco que aquel confesor parecía
quedarse en ayunas y como si temiera que su
penitente no era sincero. Luego aconsejaba a don
Miguel Angel que, cuando se presume que una
persona está suficientemente instruida en sus
deberes, es una regla segura de prudencia que el
confesor acepte la acusación tal y como se la
hacen, y no se preocupe ni preocupe al penitente.
Por tanto, se persuadiese de que sus temores no
eran más que fantasías.
Don Miguel Angel Chiattelino añadía cuando nos
contaba este hecho:
-Al oír estas palabas de don Bosco, y juntarlas
con otras que recordaba se le habían escapado una
vez, al dar un consejo importante, me persuadí de
que don Bosco no había caído nunca en culpa grave.
También don Ascanio Savio, que estudió a don
Bosco desde el principio y durante más de cuarenta
años, aseguraba estar convencido de que nunca
había perdido la inocencia bautismal, y que
compartían su opinión otros antiguos alumnos
sacerdotes.
Don Bosco dejaba que los hombres le besaran la
mano y nos decía
(**Es5.123**))
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