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extraordinarias. Su bendición invocaba la valiosa
protección de María sobre presentes y ausentes, y
sin atribuirse ningún mérito, repetía sin cesar:
-Qué buena es la Virgen.
La Reina del cielo y de la tierra, a la que don
Bosco miró y llamó siempre con el dulce nombre de
madre, correspondía a su afecto y al de sus
jóvenes ((**It5.156**))
encargándose directamente de la alta dirección del
Oratorio. Las novenas celebradas en su honor eran
fatales para los malos. Don Bosco solía decir al
anunciarlas:
-Hagámosla bien, porque la Virgen misma quiere
limpiar la casa, y echará de ella a quien sea
indigno de habitarla.
Y, de hecho, aquellos días eran siempre
señalados por el descubrimiento de algún zorro o
algún lobo, que, por más que procuraran
camuflarse, ya por un motivo, ya por otro, la
mayor parte de las veces ellos mismos dejaban
voluntariamente el Oratorio. Es un hecho que se
repitió centenares de veces, comprobado por toda
la comunidad.
Pero basta por ahora de este tema. Todo lo que
hizo la Virgen por don Bosco y lo que hizo él por
Ella, con sus trabajos, con la pluma y la palabra,
lo veremos a lo largo de estas páginas.
Son testigos, de cuanto hemos dicho, monseñor
Cagliero, don Miguel Rúa, el canónigo Anfossi, don
Francisco Cerruti, Juan Villa, de entre los que
viven, y muchos otros. Escribieron autorizadas
crónicas el teólogo Reviglio, don Francisco
Giacomelli y don Juan Bonetti, llamados por Dios a
la eternidad.
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