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((**Es5.121**) extraordinarias. Su bendición invocaba la valiosa protección de María sobre presentes y ausentes, y sin atribuirse ningún mérito, repetía sin cesar: -Qué buena es la Virgen. La Reina del cielo y de la tierra, a la que don Bosco miró y llamó siempre con el dulce nombre de madre, correspondía a su afecto y al de sus jóvenes ((**It5.156**)) encargándose directamente de la alta dirección del Oratorio. Las novenas celebradas en su honor eran fatales para los malos. Don Bosco solía decir al anunciarlas: -Hagámosla bien, porque la Virgen misma quiere limpiar la casa, y echará de ella a quien sea indigno de habitarla. Y, de hecho, aquellos días eran siempre señalados por el descubrimiento de algún zorro o algún lobo, que, por más que procuraran camuflarse, ya por un motivo, ya por otro, la mayor parte de las veces ellos mismos dejaban voluntariamente el Oratorio. Es un hecho que se repitió centenares de veces, comprobado por toda la comunidad. Pero basta por ahora de este tema. Todo lo que hizo la Virgen por don Bosco y lo que hizo él por Ella, con sus trabajos, con la pluma y la palabra, lo veremos a lo largo de estas páginas. Son testigos, de cuanto hemos dicho, monseñor Cagliero, don Miguel Rúa, el canónigo Anfossi, don Francisco Cerruti, Juan Villa, de entre los que viven, y muchos otros. Escribieron autorizadas crónicas el teólogo Reviglio, don Francisco Giacomelli y don Juan Bonetti, llamados por Dios a la eternidad. (**Es5.121**))
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