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la mañana de aquel día memorando, los jóvenes del
internado y muchos del Oratorio festivo recibieron
devotamente los santos sacramentos de la confesión
y comunión para honrar a María Inmaculada, que los
había cubierto bondadosamente con su manto
maternal. Preparó don Bosco sus ánimos con un
plática de ocasión para la acción de gracias. Les
habló, en forma oportuna y adaptada a ellos, del
singular misterio que aquel día se definía como
dogma de fe; después, de la bondad y poder de
María en favor de sus devotos, y terminó diciendo
que, habiendo desaparecido ya cualquier peligro
del cólera, tenían todos el deber de agradecer al
Señor el haberlos librado de él. Comparó el paso
del cólera por nuestros pueblos con el paso del
Angel exterminador por Egipto; y para hacerles
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comprender mejor el insigne beneficio que el Señor
les había otorgado, describió algunas escenas
dolorosas ocurridas en diversos lugares de Liguria
y Piamonte, en la misma ciudad de Turín y en
algunas casas del vencindario.
<>.
Dicho esto, entonó el Tedéum, que los muchachos
cantaron transportados de vivo reconocimiento y
amor.
Su alegría llegó al colmo aquellos días, y la
comunicó a sus alumnos, quienes la manifestaron
con una hermosa velada literario-musical. Había
rezado fervorosamente, había celebrado misas para
apresurar la gracia de la definición dogmática,
que hacía tiempo deseaba, y siguió rezando y dando
gracias al Señor por haber glorificado de aquel
modo en la tierra a la Reina de los Angeles y de
los hombres. La fiesta de la Inmaculada se
convirtió en su fiesta predilecta, aun cuando
siguió celebrando con toda solemnidad la de la
Asunción.
>>Quién puede describir el amor de don Bosco a
la Virgen? Era para él la primera devoción,
después de la del Santísimo Sacramento.
Parecía vivir sólo para Ella. Recomendaba
continuamente esta devoción a todo el mundo,
cuando predicaba, cuando confesaba,
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