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Lee, cristiano, pero lee atentamente; >>quién sabe
si para mí y para ti no será éste el último
Jubileo? Afortunados nosotros y afortunados todos
los cristianos si lo hacemos bien. La misericordia
divina nos espera; los tesoros celestiales están
abiertos; quiera el Señor que todos los sepamos
aprovechar.
JUAN BOSCO, Pbro.
También el opúsculo de diciembre fue
oportunísimo, puesto que por aquellos tiempos se
oían tales blasfemias contra la Virgen, salidas de
los labios y la pluma de los sectarios, como para
hacer enrojecer a los mismos demonios. En la
portada del folleto había escrito:
Reflexiones acerca de la esperada definición
dogmática de la Inmaculada Concepción de la
Santísima Virgen, escritas por el ((**It5.149**))
profesor Fr. Costa, sacerdote romano, con algunas
oraciones para una novena.
Definía la doctrina de la Inmaculada Concepción
de María, contaba la conducta de la Iglesia sobre
esta doctrina desde los primeros tiempos hasta
nuestros días, exponía el fin que la Iglesia se
proponía con la mencionada definición dogmática,
y, a continuación, los deberes que de ella
emanaban para todos los católicos.
Estas publicaciones eran también muestras del
reconocimiento del Oratorio a María Santísima por
haberse cumplido la promesa que con tanta
seguridad hiciera don Bosco a sus muchachos. El
éxito había sido sorprendente hasta para un
escéptico. En aquel tiempo los alumnos del
internado, con don Bosco y su madre, formaban una
familia de casi cien personas. Pues bien,
instalados en un lugar donde el cólera causó tales
estragos, que lo mismo a derecha que a izquierda,
cada casa tuvo que llorar sus muertos, después de
cuatro meses de pasada la epidemia, de tantos como
eran, no faltaba ni uno. El cólera los había
cercado, había llegado a la misma puerta del
Oratorio, había entrado hasta en la habitación de
don Bosco, pero, como si una mano invisible le
hubiera hecho retroceder, obedeció respetando la
vida de todos. Y causaba, además, admiración el
hecho de que los muchachos que se habían dedicado
en aquellos días a atender a los enfermos, estaban
tan sanos, fuertes y vigorosos, que parecía
hubieran transcurrido aquellos días, no entre los
aires malsanos de los lazaretos y casas apestadas,
sino en medio del campo delicioso y saludable, en
plenas vacaciones y descanso. Así que todos los
que conocían el caso, estaban maravillados, y
resultaba imposible no descubrir en el hecho la
mano misericordiosa de Dios, que los había
protegido visiblemente.
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