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no le acarreará el menor disgusto en su situación
civil, social o religiosa; pues le aseguro que
todo quedará bajo el más riguroso y amigable
secreto.
Extrañará a V. S. esta mi carta; pero yo soy
así: cuando trabo amistad, ansío continuarla y
hacer al amigo todo el bien que me es posible.
((**It5.146**)) Que el
buen Dios le bendiga y le conserve; yo me ofrezco
con todo mi aprecio a V.S. y en todo lo que puedo.
De vuestra muy apreciada Señoría Ilustrísima,
Afmo. servidor y amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
De Sanctis sabía bien que la amistad de don
Bosco era sincera: las pasiones ofuscaban su
entendimiento, pero no podía por menos de
reconocer la falsedad de cuanto enseñaba. Por
ello, cuando iba a visitar a don Bosco, no
conseguía refutar las convincentes razones con las
que el santo sacerdote le animaba a volver al seno
de la Iglesia Católica. Pero De Sanctis se echaba
siempre para atrás diciendo:
Tengo familia y me faltan medios de
subsistencia.
Don Bosco le respondía:
-Tenga la seguridad de que los católicos no le
abandonarán y yo estoy decidido a compartir mi pan
con usted. Le ayudaré con todos los medios a mi
alcance.
-Pero..., la mujer no me deja dar el paso que
usted me aconseja.
Don Bosco, entonces, para librarlo de todo
embrollo, hasta se comprometió a procurar a su
pretendida mujer un decoroso sustento, mas De
Sanctis no aceptó. La última vez que acudió a
hablar con don Bosco, dejóle un rayo de esperanza
de que se convertiría. Estaba conmovido y
reconocido hasta las lágrimas por la bondad con
que era tratado.
Pero el infeliz apóstata no quiso romper las
vergonzosas cadenas y, pocos años después, moría
de repente repitiendo a la compañera de su mala
vida:
-íMe muero, me muero!
Ojalá que en aquel momento haya podido hacer,
al menos en su corazón, un acto de contrición.
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