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por el cólera; y como en mi casa no había más que
miseria, nos condujeron a los dos al lazareto.
Allí no ahorraron cuidados y atenciones; yo curé;
mi hijo se fue al otro mundo. En aquellos fatales
momentos la Divina Providencia vino en mi ayuda.
El Alcalde de la ciudad hizo que mis dos hijos
sobrevivientes fueran internados; espero poder
llevarlos pronto a mi casa; unos buenos señores de
la sociedad de San Vicente de Paúl me han atendido
asiduamente: en varias ocasiones me han traído
dinero, sábanas y mantas; actualmente me dan
semanalmente una tarjeta para carne y dos para
pan. O sea, que la caridad de las personas
públicas y privadas, después de Dios, me han
salvado la vida. íQue el cielo les proteja y los
defienda contra el chólera-morbus!
Entre tanto, he pensado sentar la cabeza y
reflexionar más seriamente sobre mi alma; por lo
tanto, no os extrañéis, mis queridos amigos, si
durante este año dejo de lado algunas de mis
majaderías y hablo con mas sensatez.
He recogido diversas noticias y sucesos que, si
los leéis, imagino os harán mucho bien a vosotros
y a vuestra familia.
Que Dios nos asista, nos libre de peligros y
nos conceda tiempos mejores. El año que viene, si
aún vivo, volveré a visitaros.
Durante aquellos meses, los herejes de diversos
matices, que parecían comprometidos por un pacto a
deshacerse de don Bosco, no daban pie a que se
hablara de ellos. Mas, desaparecido el cólera,
renovaron sus odiosas campañas y especialmente
encendieron de nuevo sus antiguas discordias
intestinas. Estaban como divididos en dos
partidos, evangélicos y valdenses, y, de cuando en
cuando, reñían y se maldecían entre sí. Se habían
propuesto redactar un catecismo, ((**It5.139**)) ya lo
tenían a punto tres de sus pastores, pero no
lograron ponerse de acuerdo. Eran tantos los
principios religiosos cuantas eran las cabezas.
Llenos de odio recíproco, formaban nuevas sectas
por los pueblos de los valles y otros lugares del
Piamonte, y tomaban, en medio de diversas
denominaciones, el pomposo título de iglesias
libres.
La discordia aumentó cuando hubo que nombrar el
Ministro-Pastor para oficiar en el nuevo templo de
la calle del Rey. Los valdenses eran partidarios
de Amadeo Bert, los evangélicos del expárroco
apóstata De Sanctis. La cuestión llegó a tal punto
que en noviembre de 1854 el ministro valdense De
Sanctis rompió con sus colegas y fue depuesto de
su cargo por orden del Primer Magistrado de la
Iglesia valdense. El periódico de la secta de los
Evangélicos, La luz evangélica, en su número del
día 4 de dicho mes, daba la noticia con estas
mordaces palabras:
<(**Es5.109**))
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