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padre de familia. Este mismo otoño llevó don Bosco
al Oratorio, para ocupar la plaza de Francisco, al
hijo segundo de su hermano José, llamado Luis. Don
Bosco ((**It5.129**)) dijo a
sus dos sobrinos:
-No pretendo haceros abogados, ni médicos, ni
profesores. Si el Señor os llama al estado
eclesiástico, bien; si no, es mejor que sigáis la
ocupación de vuestro padre.
Don Bosco dispensó también a Luis cuidados
verdaderamente paternales, y le proporcionó una
educación religiosa y civil adaptada a su
condición. Pero nada especial.
-Lo que tengo, diría de cuando en cuando, y lo
que me dan los bienhechores debo emplearlo para
comprar pan a mis muchachos. íAy de mí, si lo
empleara de otro modo!
Y parecía que el pan fuera a faltar en el
Oratorio. La guerra del Oriente acarreaba enormes
desastres comerciales, los cuales originaban
grandes repercusiones en muchas familias de
bienhechores. Francia e Inglaterra, temiendo que
su inflfluencia y sus intereses fueran anulados en
Levante, se unieron con Turquía. Desembarcaron sus
tropas, primero en Varna (puerto de Bulgaria, en
el mar Negro), luego en Crimea; desbarataron a los
rusos en varias batallas, y el 9 de octubre de
1854, sitiaban a Sebastopol.
Por lo tanto, don Bosco pedía por escrito, el 2
de noviembre de 1854, y conseguía de la autoridad,
el permiso para hacer la rifa de un crucifijo de
marfil, de 35 cm. de alto y de gran valor
artístico, que le había regalado con tal fin el
señor Santiago Ramella.
De este modo pudo mantenerse unos días la
familia de Valdocco, que aumentaba con los
huérfanos que había dejado el cólera. El
Ayuntamiento de Turín reconocía aquellas
estrecheces y reclamaba el agradecimiento de todos
los ciudadanos, no sólo por los solícitos cuidados
para prevenir y mitigar los tristes efectos del
contagio, sino también para socorrer a tantos
pobres niños que, día tras día, ((**It5.130**)) iban
perdiendo a sus padres. Con tan benéfico objeto
abrió un orfanato provisional junto a la iglesia
de Santo Domingo, donde proveyó de albergue,
manutención y vestido a muchos huerfanitos, que,
sin esta caritativa medida, se hubieran visto
abandonados en la calle, en las terribles
circunstancias del momento. Hizo más: el Alcalde,
no satisfecho con que aquellos pobres niños
tuvieran lo necesario para el cuerpo, pensó además
en la atención de su mente y su corazón. Manifestó
a algunos otros señores su opinión de que don
Bosco, mejor que nadie, cumpliría con celo el
cargo de profesor. En cuanto don Bosco se enteró
del deseo del presidente del Ayuntamiento de
Turín, no es para decir la satisfacción con que se
apresuró a secundarlo;
(**Es5.103**))
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