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((**Es5.101**) Uno de los primeros fue Domingo Savio, el cual se presentó en el aposento de don Bosco para ponerse, como él decía, totalmente en mano de sus superiores. Enseguida fijó sus ojos en un cartel en el que estaban escritas con grandes caracteres las siguientes palabras que solía repetir San Francisco de Sales. Da mihi animas, caetera tolle. Púsose a leerlas atentamente, y don Bosco deseaba que entendiera su significado. Le invitó, más aún, le ayudó a traducirlas y a comprender el sentido: Señor, dame almas y llévate todo lo demás. Reflexionó Domingo un momento y agregó: -Ya entiendo: aquí no se trata de hacer negocio con dinero, sino de salvar almas; yo espero que también la mía entrará en este comercio. Y sin más, comenzó a aplicarse con empeño al estudio y a todos los deberes de piedad, y a ofrecer aquellos ejemplos de virtud, con tanto acierto descritos después por el mismo don Bosco en un precioso folleto de las Lecturas Católicas. Había estudiado Domingo los principios de la gramática latina en Mondonio, por lo que, con su asidua aplicación y su capacidad no común, pudo en breve tiempo pasar a la clase cuarta, o, como decimos hoy, al segundo curso de gramática latina. Cursó esta clase en la escuela del ((**It5.127**)) benemérito y caritativo profesor José Bonzanino, pues los muchachos del Oratorio seguían yendo a su escuela. Aquel muchachito de constitución delicada y cenceño aspecto, unido a una formalidad y afabilidad con un no sé qué de serio y agradable, siempre de igual temple, tenía un aire verdaderamente angelical. Así que no tardó en ganarse el corazón y aprecio de todos los compañeros. <> fue la consigna compendio de su vida. Junto con Domingo Savio entró en el Oratorio José Bongioanni. Era huérfano de padre y madre, y una tía lo recomendó a don Bosco, quien caritativamente lo recogió en noviembre de 1854. Tenía ya 17 años. Entró de mala gana, forzado por las circunstancias, y con la cabeza llena de ligerezas del mundo y algunos prejuicios religiosos. Pero se vio claramente en él la eficacia de la gracia divina. Muy pronto se aficionó a la casa, al reglamento y a los superiores; rectificó insensiblemente sus ideas y se dio con todo empeño a la virtud y a las prácticas de piedad. Como estaba dotado de sagaz inteligencia y gran facilidad para aprender, se dedicó a los estudios. Terminó rápidamente los estudios eclesiásticos, con verdadero éxito. Su fecunda imaginación le permitió sobresalir en la versificación, lo mismo en lengua italiana que en dialecto piamontés. Era el encanto de sus compañeros en las conversaciones ordinarias, con sus improvisaciones (**Es5.101**))
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