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>>-Espero portarme de tal modo, que jamás tenga
que quejarse de mi conducta>>.
Don Bosco estuvo pocos días en I Becchi; graves
asuntos reclamaban su presencia en Turín.
Angel Savio acababa de vestir la sotana y Juan
Turchi, con otros, se preparaba a recibir la
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vestidura talar, y don Bosco solía preparlos con
diligencia para este acto solemne, repitiéndoles
que la vocación al estado eclesiástico es un don
de Dios. Al mismo tiempo les exponía las señales
para conocer la propia vocación, esto es: aptitud
e inclinación al sagrado ministerio y rectitud de
intención para dedicarse al servicio de Dios. Les
explicaba también, de manera lisa y familiar, con
palabras de San Pablo la altísima dignidad del
sacerdocio, y las obligaciones que comporta la
vocación divina: <>.1 Luego
describía el premio eterno preparado para los que
son fieles a su vocación.
Algunas personas de la confianza de don Bosco,
al verle tan entregado a prepararse clérigos que
se quedaran con él para ayudarle, le decían:
-Pero, >>qué falta le hace a usted tanta gente
para tres Oratorios?
-La falta la veo yo y es mucha.
->>Qué quiere hacer con estos clérigos?
-Algo haremos: yo lo sé.
-Y, >>quién les va a ordenar, si algunos no
pertenecen a ninguna diócesis?
-Hallaremos quien los ordene.
-Pero, >>no ve que cuando sean sacerdotes, los
obispos se los quitarán?
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-También remediaremos este inconveniente.
Estos diálogos se repetían, una y mil veces, de
diversas maneras, porque nadie podía prever el
futuro. Pero don Sebastián Pacchiotti, capellán
del Refugio, recordando las antiguas palabras
proféticas, decía de vez en cuando a don Bosco:
-íAhora creo que tienes sacerdotes y clérigos!
Con las últimas semanas de octubre se acercaba
el principio de curso, y los muchachos recién
matriculados entraban en el Oratorio.
1 Rom. VIII, 29.
(**Es5.100**))
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