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a don Bosco la necesidad de proveer a la
continuidad de su obra para el caso de su muerte.
Repitióle esta recomendación por medio de los
teólogos Juan Borel y Roberto Murialdo, que fueron
a Lyon. Don Bosco, por su parte, acudía siempre a
él en busca de consejo. Y asegura el canónigo
Anfossi, como cosa cierta, que don Bosco, no mucho
después, fue a Lyon a visitar a su Arzobispo,
demostrando sinceridad de espíritu hasta frente a
los que le habían desterrado.
Terminaremos diciendo que las amistosas
relaciones con el ministro Cavour cesaron en 1855,
cuando fueron cerradas ((**It4.111**)) muchas
casas religiosas. Pero el Conde no declaró nunca
la menor hostilidad a don Bosco. La Divina
Providencia, como jugando, había puesto
oportunamente a su lado dos cordiales admiradores
del Oratorio y excelentes católicos. El primero,
ya citado, era el abogado Juan Bautista Gal, el
cual, al caer Gioberti del poder, fue tomado por
el conde Camilo como secretario particular, y pudo
conocer hasta el 1861 todas las secretas intrigas
de la política. Adscrito después a los Asuntos
Exteriores, durante diez largos años, se retiró
del Gobierno en 1870, e iba varias veces al año a
visitar a su amigo don Bosco, desde Torgnon, su
patria, en el Valle de Aosta, y desde San Remo,
donde solía pasar el invierno. El segundo fue el
caballero Cugia Delitala, sucesor de Gal como
secretario particular, puesto que ocupó hasta la
muerte de Cavour. Conservamos las afectuosas y
bellas poesías que Delitala dedicaba a don Bosco
en su día onomástico. Don Bosco tenía amigos por
todas partes.(**Es4.94**))
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