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Grignaschi abusaba pérfidamente de los
sacramentos, aparecía en las casas a puertas
cerradas, adivinaba los pensamientos más ocultos,
hacía creer en mandatos recibidos del cielo y
cometía acciones nefandas. La gente parecía
hipnotizada. Cuando se ausentaba, era de ver a los
hombres, y aún jóvenes, ir a pie y recorrer
dieciocho, veinte y más millas ((**It4.102**)) de
camino difícil y en ayunas, sólo para verle y oír
una palabra suya. Recibía sentado a sus adeptos,
los cuales se arrodillaban ante él y los
absolvía diciendo: Ego Dominus Jesus Christus te
absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii
et Spiritus Sancti. Amen. (Yo, el Señor
Jesucristo, te absuelvo de tus pecados, en nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén). Y
esparcía sus impías doctrinas a través de personas
a las que había engañado e inducido a fingir
santidad y virtud, con el malvado intento de ser
declarado un hombre extraordinario y un segundo
Salvador.
Su mirada tenía un no se qué que fascinaba y
arrastraba las almas. La gente hablaba mucho de
esto. Un tal B... se burlaba de lo que se decía
sobre su mirada mágica y quiso visitar a
Grignaschi. Apenas entró en la casa se sintió
víctima de un horror misterioso, y cuando estuvo
en presencia de aquel desgraciado, éste fijó los
ojos en su cara, de tal suerte que quedó
conquistado; y al oír su voz: -Te esperaba; sabía
que ibas a venir-, cayó de rodillas. Desde aquel
momento fue todo suyo. Hizo creer al mismo B...,
que era San Pablo y a otro amigo suyo que era San
Pedro. B..., creía realmente que era San Pablo, se
dejó crecer la barba y, juntamente con el
compañero, se prestó con toda obediencia a cuanto
quería Grignaschi: oraciones, largas penitencias,
ir a las tabernas y ponerse de rodillas entre las
mesas, suplicar a la gente que no ofendiera al
Señor con blasfemias, intemperancias, juegos; y
otras cosas semejantes que ciertamente se hubiera
negado a hacer, si se las hubieran mandado antes
de enloquecer de aquel modo. Y como aquellos dos,
todos los demás habitantes, salvo poquísimos o
casi sin ninguna excepción. El mismo B...,
contándonoslo a nosotros, no sabía explicarse
aquella obsesión. Y era una persona rica,
inteligente, caritativa y bastante instruida.
Se convirtió, gracias a la predicación de don
Bosco.
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Mientras tanto, las desvergüenzas de la secta
llegaron a tal punto de notoriedad, que el
Procurador del Rey encarceló a Grignaschi, con
trece de sus principales cómplices, entre ellos la
Virgen roja, y los llevó ante los Magistrados de
Apelación de Casale. Los periódicos de aquel año
están llenos del escandaloso proceso.
El 15 de julio de 1850, a pesar de la defensa
del abogado Angel(**Es4.88**))
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