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a fin de que pudiera escapar. Don Bosco llamó a su
madre y le dijo que preparara la cena para aquella
noche.
-íVaya ocurrencia!, replicó Margarita; >>por
qué me mandas esto? >>Temes que no la prepare?
-Porque suceda lo que suceda, añadió don Bosco,
esté usted segura de que yo no me iré de Turín.
Hacia las cuatro de la tarde, según lo
convenido, debía llegar al Oratorio la turba
alborotadora, pero no apareció nadie. Ni tampoco
al día siguiente, ni al tercero. >>Qué había
sucedido? La chusma, después de haber gritado
contra los Oblatos de María, se había propuesto
marchar hacia Valdocco. Estaba ya la muchadumbre
para dirigirse allá, cuando uno de los
manifestantes, que conocía a don Bosco y había
recibido de él pruebas de afecto, subió al
guardarruedas de una esquina, alzó la voz y dijo:
-Amigos, oídme. Algunos de vosotros quieren
bajar a Valdocco para gritar contra don Bosco.
Seguid mi consejo, no vayáis. Como hoy es día
laborable, allí no están más que él, su madre, ya
vieja, y unos cuantos pobres muchachos asilados.
En vez de muera deberíamos gritar viva, porque don
Bosco quiere y ayuda a los hijos del pueblo.
Después de éste, subió otro orador y dijo a
gritos:
-íDon Bosco no es amigo de Austria! íEs un
filántropo! íEs un hombre del pueblo! íDejémosle
en paz! No vayamos a gritar viva ni muera y
vayamos a otra parte.
Estas palabras calmaron y detuvieron a la
pandilla, que marchó a aturdir los oídos de los
dominicos y barnabitas.
Entre tanto, recibía don Bosco una sorpresa
imprevista y desagradable. El Gobierno, que se
había incautado hasta de los ((**It4.100**)) muebles
del convento de los servitas, envió parte de ellos
al Oratorio. Hubieran querido algunos que don
Bosco rehusara aquel mobiliario. En cambio don
Bosco lo aceptó, pero sin dar las gracias, y avisó
enseguida al padre Pittavino, que estaba en
Saluzzo, mandara retirar lo que era de su
propiedad; le rogaba tan sólo le cediera una mesa,
que necesitaba para sus jóvenes y que le fuera
concedida de buen grado. Así recobraron lo suyo
los Padres Servitas, y don Bosco, sin faltar a la
justicia, evitó un choque con el Gobierno, que le
hubiera podido acarrear grave daño. Este hecho se
lo contó al canónigo Anfossi el reverendo Padre
Francisco Faccio, de la orden de los Siervos de
María, antes párroco de San Carlos.
Pero mientras sucedían estos acontecimientos
gloriosos para el clero, desde que Jesús enseñó
ser bienaventurado el que sufre por la(**Es4.86**))
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