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El 12 de agosto de 1850 se presentaba
solemnemente el Jefe de Policía con doce guardias
a registrar la casa de los Oblatos en Ntra. Sra.
de la Consolación de Turín, en busca de pruebas de
la culpabilidad de Fransoni, pero no encontró
nada. Se pretendía que los Oblatos eran sus
cómplices contra el Estado. La plebe de siempre
armaba tumultos, pues corrían voces de conjuras
tan furibundas, que hubo de aumentarse el número
de policías y carabineros, y llamar al ejército y,
por último, a la guardia nacional,
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sin disolver la aglomeración de la chusma y de
tunantes. Al atardecer llegó a tal punto el
tumulto, que la policía tuvo que emplear la fuerza
para contener la avalancha de la multitud.
Entonces, el Jefe de Policía se presentó ante la
puerta del Convento y leyó una declaración, en la
que constaba que, cumplidas las más minuciosas
pesquisas, no se había encontrado el menor indicio
de culpabilidad en aquellos religiosos.
Las turbas se dispersaron, pero los periódicos
al servicio de la revolución publicaron que había
pruebas de conjuración, aunque los culpables
habían hecho desaparecer todo rastro de
conspiración.
Fue en esta ocasión cuando, según cuenta el
teólogo Reviglio, don Bosco escribió un folleto, o
bien algún artículo, en defensa de las órdenes
religiosas; y además, dada la influencia de que
gozaba ante autorizados personajes, pudo impedir
la expulsión de los Oblatos, apartando por
entonces de su cabeza un decidido e inmerecido
quebranto. Es sabido el gran afecto que profesaba
a aquellos religiosos y cómo más de uno de sus
muchachos, movido por las alabanzas que les
tributaba, ingresó en aquella congregación.
Pero mientras defendía a los Oblatos, tuvo que
pensar en defenderse a sí mismo de los furiosos
ataques que le preparaban en las madrigueras de
las sectas. El era conocido como fervoroso
defensor de los derechos de la Iglesia, y los
enemigos de ésta habían decidido, y llevaron a
efecto su plan, tratar de aminorar la influencia
de su acción, cada vez que tramaban nuevas ofensas
contra ella y contra el Papa. Le presentaban ante
el pueblo como enemigo de las nuevas Instituciones
y como un sacerdote inspirado por el espíritu
jesuítico, educador fanático de santurrones y
enemigo de la libertad. Le consideraban también
como cómplice del Arzobispo en conspiraciones
reaccionarias. Prepararon, pues, para el catorce
del mismo mes una odiosa demostración contra el
pequeño hogar de San Francisco de Sales, para
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destruirlo y echar fuera a don Bosco. Nada se
había traslucido al público sobre este plan,
cuando el señor Valpotto, el que había mandado la
instancia a la Alta Cámara en nombre de don Bosco,
se presentó el mismo día a advertirle del peligro
que le amenazaba,(**Es4.85**))
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