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Emiliani. Se dedican a salvar de los peligros de
calles y plazas a todos los chiquillos que,
abandonados a sí mismos, emplearían inútilmente,
por no decir ((**It4.89**))
malamente, el día festivo: los reúnen en un lugar
a propósito para instruirlos en las verdades
religiosas, en lo más necesario para la vida de
sociedad y entretenerlos durante el día en
honestas diversiones. Esta obra caritativa, que
tuvo comienzos humildísimos, ha sido bendecida por
el Señor y crece sin cesar. No cuenta todavía dos
lustros de vida y ya pasan del millar los
muchachos que acuden asiduamente a ella. Como no
bastaba un solo centro para dar cabida a todos, se
han abierto tres en los principales puntos de la
ciudad. El Senado del Reino, por deliberación
unánime, ha instado al Gobierno del Rey para que
sostenga una institución tan benemérita de la
religión y de la socidad. Y el Municipio ha
enviado una Comisión para reconocer el bien que en
ella se hace y ayudarla.
Finalmente, el mismo sumo Pontífice Pío IX, que
desde su alto trono pontificio contempla tan
paternalmente las pequeñas obras de beneficencia
cristiana como las grandes, se ha complacido en
bendecirla y promoverla de este modo.
Cuando el glorioso Sucesor de San Pedro estaba
desterrado en Gaeta, los fieles, imitando lo que
hacían los primeros cristianos con el Príncipe de
los Apóstoles, iban a porfía no sólo en elevar
fervorosas preces al Altísimo para que aliviara
sus sufrimientos, endulzara las amarguras del
destierro y los restituyera pronto a su sede, sino
que, además se preocupaban según sus fuerzas, de
suministrarle los medios materiales, que le eran
indispensables para llevar una vida menos dura en
tierra extraña. No fueron los últimos de ellos los
muchachos de los tres Oratorios de Turín. Pusieron
su óbolo en manos del sacerdote Juan Bosco (así se
llama el celoso eclesiástico que dirige esta
obra), rogándole lo hiciese llegar al Santo Padre
por medio de S. E. Nuncio Apostólico.
((**It4.90**)) Pío IX,
a imitación de Aquel a quien representa en la
tierra, vio, en la pequeña pero generosa ofrenda,
los dos centavos de la viuda del Evangelio, y
dijo: -Es éste un don demasiado precioso para que
se gaste como los demás; debe ser tenido como un
grato recuerdo. Y diciendo esto, escribía sobre él
el nombre de los donantes y lo guardaba aparte. Al
volver a verlo, en circunstancias menos
angustiosas, dio orden de que compraran dos
grandes paquetes de rosarios con una crucecita
colgante y,
bendecidos por su propia mano, los envió al
mencionado sacerdote, para que los distribuyera a
los muchachos de los Oratorios.(**Es4.78**))
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