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Su palabra clara y persuasiva, las afectuosas
expresiones que empleó al hablar del supremo
Pastor de la Iglesia, cautivaron la atención de
los muchachos y les conmovieron profundamente. Les
dijo, entre otras cosas: <<>>Sabéis, querido
muchachos, por qué Pío IX os mandó este regalo? Yo
os lo diré: Pío IX es todo amabilidad con los
muchachos; antes de ser Papa, los instruía de mil
modos, los educaba y los guiaba por el sendero de
la virtud. Os manda un rosario, porque, cuando no
era más que un sencillo ((**It4.85**))
cristiano, ya era devotísimo de María Santísima.
Yo, yo mismo le vi muchas veces, en público y en
privado, dando muestras extraordinarias de
devoción a la Madre de Dios>>.
Después del sermón y de recibir la bendición
con el Santísimo, desfilaron los muchachos ante el
altar, y fueron recibiendo un rosario de manos del
canónigo José Ortalda, que los distribuía ayudado
por el teólogo Simonino y el padre Barrera. Las
cuentas del rosario eran rojas, engarzadas con
alambre de metal blanco. Además de los jóvenes,
entre los cuales estaban Miguel Rúa y Ascanio
Savio, se encontraban también algunos sacerdotes y
otros adscritos al Oratorio. Era un espectáculo
edificante ver acercarse a todos con respeto y
considerarse afortunados al tener un objeto
regalado por el Vicario de Jesucristo. Dado el
número de los que acudieron, no bastaron los
rosarios mandados por el Papa. Hubo que comprar
algunos centenares más en Turín y distribuirlos
con los otros, para no dejar descontento a
ninguno.
Después de la distribución, y ya fuera de la
iglesia, un muchacho se presentó ante los
ministros sagrados, cercados por varios
distinguidos personajes, y, en nombre de sus
compañeros, dijo así:
Ilustrísimos Señores:
<>Pero que el sucesor del Príncipe de los
Apóstoles, el Jefe de la Religión Católica, el
Vicario de Jesucristo, en medio de las múltiples
atenciones que debe emplear para regir y gobernar
todo el mundo católico, nos dedique un ((**It4.86**)) momento
a nosotros pobres aprendices, ísí! es una
dignación tan grande, que nos confunde y, en
nuestra poquedad, no somos capaces de hablar más
que con los afectos de la gratitud.(**Es4.75**))
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