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Don Bosco se había metido también en esta
institución, atraído por otros dos motivos
importantísimos. Era él uno de los pocos que
comprendieron desde el principio, y lo dijo mil
veces, que el movimiento revolucionario no era una
borrasca pasajera, porque todas las promesas
hechas al pueblo eran deshonestas, y muchas
respondían a las aspiraciones y libertades vividas
de los proletarios. Deseaban conseguir igualdad
para todos, sin distinción de clases mayor
justicia y mejora de las condiciones de vida.
Veía, por otra parte, que las riquezas
empezaban a convertirse en monopolio del
capitalismo sin entrañas de compasión; que los
amos imponían al obrero, aislado y sin defensa,
contratos injustos sobre salarios y duración de la
jornada; que la santificación de las fiestas era
con frecuencia totalmente imposible, y que todas
estas causas debían surtir los tristes efectos de
la pérdida de fe de los obreros, la miseria de sus
familias y la adhesión a las máximas subversivas.
Por todo esto, consideraba como medio necesario
para guiar y refrenar a la clase obrera, que el
clero se interesara por ella. El no podía dar a la
Sociedad de Socorros Mutuos el ((**It4.81**))
desarrollo que requerían las necesidades del
tiempo, aunque tuviera en programa abrir un gran
número de hogares para los jóvenes artesanos. Pero
preveía que la dirección, la vigilancia de los
registros y las cantidades entregadas, la
administración, la distribución de los socorros, a
la larga, no le serían posibles. Aguantó, fue
adelante; mas, al fin, tuvo que detenerse, tanto
más cuanto que su empresa no fue secundada por
quien no podía hacerlo; peor aún, no estaba exenta
de críticas. Fue mérito suyo sin embargo, haber
dado el primer impulso y el modelo para tantas
otras asociaciones de obreros católicos,
destinadas a mejorar sus condiciones, satisfacer
sus justas exigencias y sustraerlas así a la
tiránica influencia de los revolucionarios.
La primera de las Uniones obreras católicas
establecida en Italia, fue la de Turín, en 1871,
por el empuje de un puñado de jóvenes generosos.
Desgraciadamente las sectas ya habían reunido a
los obreros y establecido entre ellos, para
provecho propio, el socorro mutuo; al fin, más
vale tarde que nunca. Aquellas cristianas
asociaciones crecieron en número por todo el
Piamonte y otras partes de Italia y tuvieron un
asesor eclesiástico, con gran provecho para la
causa católica y satisfacción de don Bosco. Varias
de ellas le proclamaron, con el correspondiente
diploma, su Presidente Honorario. El Espíritu del
Señor aleteaba sobre el mundo y proveía con nuevas
instituciones a las nuevas necesidades. El
sacerdote Kolping fundaba en Alemania la Sociedad
Católica de muchachos aprendices, los(**Es4.71**))
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