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hombres y él acudió enseguida creyendo que querían
confesarse. Apenas entró, cerraron ellos la
puerta. Entonces varios ((**It4.79**))
muchachos mayores, entre ellos Buzzetti y Arnaud,
sospechando alguna trampa, entraron en el
presbiterio y desde allí estuvieron escuchando y
mirando por la cerradura de la puerta que daba a
la sacristía. Al cabo de un rato oyeron palabras
fuertes y acaloradas de aquellos malvados, que
habían ido para discutir con don Bosco. Con pocas
palabras los acalló y como no sabían qué
responderle, empezaron a soltar rabiosamente mil
insultos. Trataba don Bosco de calmarlos, pero
ellos se enfurecían más y sacaron las navajas.
Entonces, los jóvenes apostados, hicieron ruido,
derribaron la puerta y aquellos desgraciados
escaparon por la que daba al patio.
>>Entre tanto, había ciertas deserciones
misteriosas de muchachos mayores, pertenecientes a
nuestra Sociedad de Socorros Mutuos, sin que se
supiera la razón. Cuando he aquí que un día dos
señores, elegantemente vestidos, me detuvieron.
Hablaban en francés, lengua que yo conocía bien, y
después de una franca conversación me ofrecieron
una gran cantidad de dinero, cerca de seiscientas
liras, con la promesa de que me procurarían un
pingüe empleo, si abandonaba el Oratorio y
arrastraba conmigo a mis compañeros, sobre los
cuales estaban informados de que yo tenía gran
influencia. Me indigné ante el ofrecimiento y, con
pocas palabras, les respondí: -íDon Bosco es mi
padre; no lo abandonaré ni le traicionaré, por
todo el oro del mundo!- Aquellos señores, que
según supe después, eran el alma de aquel
conventículo obrero, no se ofendieron; me rogaron
que lo pensara bien y, a intervalos, renovaron
varias otras veces su oferta de dinero, que yo
siempre rechacé. Entonces me di cuenta de que el
vil metal había seducido a algunos desgraciados
compañeros para abandonar el Oratorio.
>>Yo le conté todo solamente a don Bosco, y
creímos prudente guardar secreto para no ((**It4.80**))
despertar la codicia del que no estuviera firme en
la virtud, y al mismo tiempo rezar, redoblar la
vigilancia y aumentar los atractivos del
Oratorio>>.
Pero, a pesar de esta guerra, la Sociedad
obrera de don Bosco aumentó en número durante
varios años y excepcionalmente se admitieron en
ella algunos artesanos de la ciudad, cristianos
excelentes, para que su ejemplo sirviera de norma
a los principiantes. En 1856 la Sociedad estaba
floreciente y el mismo Juan Villa quiso
inscribirse, invitado por su compañero Gravano. En
1857 la Sociedad se trocó en Conferencia y, con
sede en el Oratorio, fue agregada a las de San
Vicente de Paúl durante bastante tiempo.(**Es4.70**))
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