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La Conferencia de los Santos Mártires fue
agregada a la Sociedad del Consejo General
residente en París, el 1§ de septiembre de 1850.
En 1853 llegaban a sesenta y tres los miembros
activos y a treinta y cinco los honorarios, por lo
que se formaron en la ciudad cuatro Conferencias
distintas, y el 15 de septiembre fue elegido
primer presidente del Consejo Particular el conde
Cays, que había sido miembro celosísimo. En 1856
había en Turín once Conferencias y diecinueve
fuera de la ciudad, y el Consejo General de París
instituyó un Consejo Superior para todo el
Piamonte, del que fue presidente, hasta 1868, el
conde Cays.
((**It4.68**)) Don
Bosco, que tanta parte tuvo en la fundación de la
primera Conferencia, también la tuvo en la de
otras, a las que protegió y ayudó de mil modos,
especialmente cuando surgieron fuertes
contradicciones contra ellas. Sostenía íntima
relación con la benéfica Sociedad, y ponía bajo su
protección a los jóvenes salidos de la cárcel que
él había hecho volver al buen camino. Aún más,
algunos miembros de la Sociedad de San Vicente se
unieron a él, dentro de un protectorado legalmente
constituido, destinado a vigilar eficazmente y
educar a los jóvenes corrigendos, puestos en
libertad por la Comisaría de Policía.
Don Bosco les recomendaba además que amasen con
amor de padres a los hijos de los pobrecitos a
quienes visitaban, y ellos, generosos, ayudaban a
la erección de oratorios festivos, promovían las
catequesis y las escuelas. No es posible contar
los servicios que prestaron a la Patria y a la
Iglesia. Casi llegaron a cien mil los jovencitos
que atendieron en cincuenta años.
Durante muchos años asistía don Bosco a la
reunión general de las conferencias, que se
celebraba solemnemente en diciembre, en la iglesia
de los Mártires, o en la de los Mercaderes, y
siempre tomaba la palabra. Conocía a fondo el
espíritu de San Vicente de Paúl y exponía sus
ejemplos y sus máximas. A veces, trataba de la
obligación de la limosna, de la manera de hacerla
y del premio preparado por el Señor; otras,
demostraba cómo la fe sin obras no vale nada, y
que es necesario cortar hacer el bien mientras
tenemos tiempo. Algunas exhortaciones dirigidas a
los socios giraban sobre la necesidad de formarse
un carácter cristiano y religioso, de modo que las
palabras y las acciones estén siempre reguladas
por las máximas del Evangelio, y sobre la
importancia de emplear afabilidad y dulzura a la
hora de aconsejar en religión; otras veces se
refería a los pobrecitos visitados y ((**It4.69**))
socorridos, inculcando se les recordara que la
Divina Providencia, invocada, acude
maravillosamente en ayuda de sus amigos(**Es4.62**))
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