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((**Es4.60**) El dos de junio, que era domingo, se cumplían los treinta días de la sentencia; muy de mañana fue puesto en libertad monseñor Fransoni. Dijo él aquel día: -íOtra vez no me llevarán a la ciudadela, sino a Fenestrelle! Estuvo unos días en Turín y se retiró a Pianezza ((**It4.65**)) para descansar del ajetreo ocasionado con estas vicisitudes. Don Bosco fue allá para escuchar su juicio definitivo sobre el método empleado en la dirección del Oratorio, y saber si podía ser una especie de pauta o fundamento de las reglas de una sociedad religiosa; y, al mismo tiempo, recibir sus palabras de aliento y apoyo. Monseñor aprobó las ideas de don Bosco y añadió: -Quisiera prestaros mi apoyo, pero, como veis, yo mismo no estoy seguro del mañana. Haced lo que podáis; seguid valientemente la obra emprendida; os doy todas mis facultades, os doy mi bendición, os doy todo lo que puedo. Una sola cosa no puedo daros, esto es, libraros de las dificultades que podrán sobreveniros. Pero el encarcelamiento del Arzobispo fue aliviado por dos acontecimientos, que debían proporcionar inestimables bienes a las almas. A principios de aquel año se fundaba, entre los sacerdotes más celosos que se reunían en las conferencias espirituales semanales, que se celebraban en la iglesia del Cottolengo, una especie de sociedad, que tomaba el nombre de San Vicente de Paúl, y se reunía en una sala del Seminario. Participaban en esas reuniones hombres de mucha ciencia y santidad: el canónigo Vogliotti, el teólogo Borel, el teólogo Luis Anglesio, rector de la Pequeña Casa, don José Cafasso, el teólogo Vola, el señor Durando, Superior de los sacerdotes de la Misión, el canónigo Eugenio Galetti, el profesor de Historia Eclesiástica Francisco Barone, el canónigo Bottino, los sacerdotes Ponsati, Destefanis, Cocchi y nuestro don Bosco. El teólogo Roberto Murialdo era el secretario de la Sociedad. Estos activos eclesiásticos estudiaban medios más eficaces para enfervorizar a los sacerdotes en la práctica de sus deberes, y promovían una ((**It4.66**)) intensa acción católica. Se preocupaban especialmente de la catequesis, un tanto descuidada entonces en las parroquias, y ponían particular empeño en promover la instrucción religiosa en los dos suburbios de San Salvario y San Donato, en aquellos años bastante alejados del centro de la ciudad y casi abandonados. Se buscaban predicadores para las misiones, cuando era necesario, y suministraban catequistas para los Oratorios festivos, que reconocían eran muy necesarios en aquel momento. Ponían los cimientos de varias asociaciones entre las cuales(**Es4.60**))
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