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El profesor don Juan Turchi nos contaba
también:
<((**It4.731**)) otras
noches. Después, empezaron a ver aquella luz
durante la noche todos los de la familia con tal
miedo que, hasta los hijos mayores, fuertes y
animosos, se espantaron. Durante el día se hacían
los valientes, pero de noche, en cuanto aparecía
la extraña luz perdían su valor, tanto que la
familia desmejoraba a ojos vistas. Rezaban y
hacían rezar, y hasta me parece que encargaban
misas, pero sin éxito. Aquello duraba ya meses,
cuando uno aconsejó que recurrieran a don Bosco.
Lo hicieron. Don Bosco, después de oírles todo,
dijo: -Mañana no podré, pero pasado mañana a tal
hora (y se la indicó) celebraré la santa misa por
todos vosotros y espero que quedaréis libres de
esas manifestaciones; id también vosotros pasado
mañana a oír la misa en Bra a la hora en que yo la
celebraré. Así lo hicieron, y desde entonces
aquella familia no tuvo que sufrir más
comunicaciones de este género. En Bra, y
particularmente en aquel caserío, el caso es
notorio. Todo esto me lo contó hace pocos años el
piadoso, virtuoso, celoso y culto sacerdote señor
Gazzani>>.
Disturbios semejantes, y aún peores, se
reprodujeron durante aquellos años en muchos otros
lugares, y en vano intentó averiguar su causa la
autoridad judicial. Las prácticas espiritistas
seguían dando pábulo al orgullo y al odio de
Satanás contra Dios y la humanidad. Periódicos y
anuarios sobre el Espiritismo publicados por una
sociedad turinesa, narraban hechos asombrosos y
exponían perversas doctrinas. Estas hojas eran
leídas ávidamente por muchos. Entonces don Bosco,
para infundir horror entre el pueblo contra las
prácticas espiritistas y el demonio, que era su
causante, rogó con premurosas instancias a fray
Carlos Felipe de Poirino, sacerdote capuchino, que
escribiera un opúsculo que él imprimiría por su
cuenta. El docto religioso aceptó el encargo y
escribió un librito, en el que, con testimonios
del Antiguo y del Nuevo Testamento y de la
historia, probaba la existencia de los ((**It4.732**)) ángeles
rebeldes, su eterno castigo, su morada en este
mundo, su formidable poder, limitado por Dios,
sobre las cosas externas; demostraba que las
tentaciones y obsesiones diabólicas son permitidas
por el Señor para purificación
(**Es4.558**))
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