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que no podían pasar; que rodaban por sí mismas
sobre el pavimento de la habitación. Los hombres,
que acudieron a contemplar el caso, estaban
asombrados. La tempestad se repitió durante cinco
días, jueves, viernes, sábado, domingo y lunes.
Caían piedras pequeñas como el dedo pulgar y
otras gruesas que llegaban a pesar tres libras y
ocho onzas; caían trozos de madera desgajada
recientemente, tierra procedente de hoyos vecinos,
trozos de tejas embarradas, un ramo de olivo
envuelto en paja, un sarmiento de más de un palmo
de largo. En total cayeron casi cuarenta kilos de
material. La granizada venía de arriba abajo, de
abajo arriba, en todas direcciones: daba contra la
puerta, contra las paredes, sobre el tejado,
contra el papel de las ventanas, que naturalmente
debía quedar totalmente roto, y sin embargo no se
veía en él ni una rendija; golpeaba las espaldas
de los pobres cristianos, el estómago, las
rodillas, la nuca, el sombrero, los carrillos, la
barbilla, la mano, mas ni los pedazos más gordos
hacían ningún mal; caían en la jofaina, en el cubo
con gran ruido; ibas a ver si se habían roto y no
encontrabas la menor señal de haber sido tocados.
((**It4.730**)) Una de
las piedras cayó cubierta de un asqueroso
salivazo, algunas estaban secas, otras mojadas por
la lluvia; yo las tuve en mi mano, me dieron en el
sombrero, en el estómago y en la rodilla izquierda
y vi granizar durante casi una hora y media. Antes
y después de mí, acudió mucha gente de la aldea, y
vinieron de Castelnuovo, de Bardella, de
Buttigliera, de Mondonio, etc., y lo vieron todos,
viejos, jóvenes, hombres en sus cabales y hasta
los más incrédulos. Nadie ha sabido explicarse la
causa. Hay quien dice que se trata de alguna alma
del purgatorio, hay quien cree que es cosa del
diablo y hay quien, contra toda apariencia y
contra el buen sentir de todos, se obstina en
afirmar que se trata de un juego preparado. Pero
la conclusión es ésta: primero, el hecho es
certísimo, atestiguado por centenares de personas.
Segundo, la causa del hecho no sabe explicarla
nadie. Esta es, querido Angel, la historia de las
piedras. En Turín hay personas doctas; diles que
te lo expliquen y pregúntales si esto es
naturalmente posible, por cuanto las piedras no
podían entrar ni por encima, ni por las paredes,
ni por la puerta, ni por la ventana, y que además
el ruido era inocuo, de modo que sus golpes
parecían una caricia que casi invitaba a reír...
Castelnuovo de Asti, 18
de enero de 1867
Tu afectísimo hermano
ASCANIO
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