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Don Bosco tuvo cierta prueba de que aquellos
desventurados invocaban, al menos indirectamente,
al demonio, como posteriormente lo narró a
Buzzetti y a otros con estas palabras:
<<-Cierto sujeto que se había enrolado en
determinadas sociedades, se me presentó y me dijo:
>>Yo que, hasta ahora, no había tenido tiempo
para pensar en Dios, ni en el infierno, sino que
precisamente por esto, desde hace mucho tiempo me
había entregado a una vida llena de errores, ahora
tengo de nuevo fe y temor de Dios. >>Sabe cómo
sucedió? Oiga la historia verdadera y sin sombra
de exageración. Un amigo ((**It4.727**)) empezó
a llevarme a ciertas reuniones donde se
encontraban hombres amigos del bien vivir: pero
que, salvo el hablar mal de la religión, por lo
demás parecía que pensaran en obras de
beneficencia. Si se preparaba un baile, era para
socorrer a lo pobres; si se organizaba un
carnaval, no faltaba la colecta para los enfermos,
etc.; en fin, que, a nuestro modo, se hacía el
bien y yo estaba contento de ello. Había, sin
embargo, un detalle que me desagradaba y era el de
obrar con malignidad contra el Papa; pero, ya me
había acostumbrado. Eran cosas que también se
veían en otras partes; y, en mi opinión, no se
hacía mal a ninguno.
>>Mas, después vino lo peor. La otra noche,
invitado por un amigo mío a asistir a unos
experimentos de espiritismo, tuve la desgracia de
ver aparecer, vivo, verdadero y espantoso, ante
mí, ése que se llama el gran arquitecto, es decir,
el diablo. No le digo lo mucho que sufrí en aquel
momento. Y cómo hubiera deseado no haber ido nunca
a aquella reunión. Pero estaba en ella y tenía que
permanecer. Me quedé mudo y sudé frío, durante el
tiempo de aquella aparición. Todos tenían miedo y
terror, por lo que el silencio reinante era
general. Cuando el acto acabó, volví a casa,
lamentándome con mi amigo del gran miedo que se me
había metido en el cuerpo. Y volviendo a pensar en
ello después, durante la noche, no pudiendo alejar
de mi fantasía la figura de aquel horrendo Chivo,
que seguía siempre en mis pupilas, me dije para mí
mismo: íSi el diablo existe, también debe existir
Dios! Y pasando de una cosa a otra, recordé que
Dios tenía su ley, y que sería mejor volver a
practicarla como había hecho durante los primeros
años de mi juventud.
>>Por la mañana procuré poner en paz mi
conciencia, y, después de muchos años que no lo
había hecho, fui a confesarme. Aquel padre me
consoló y sus palabras quedaron ((**It4.728**))
impresas en mi corazón. Ahora amo a Dios, practico
su santa religión y vivo la paz, ya no temo al
diablo. Pero fue él, el feo monstruo, quien me
habló,
(**Es4.555**))
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