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un lapicero debajo del cual se colocaba un trozo
de papel y éste se contraía con las respuestas en
letras claras que correspondían a las preguntas.
Caballetes minúsculos producían el mismo fenómeno.
Esto hacía suponer la mano de un ser inteligente,
que se anunciaba con el nombre de algún santo o de
algún hombre célebre ya difunto y de fama.
Se hablaba de estos hechos en las
conversaciones señoriales, en las reuniones de los
industriales y en los encuentros de los obreros.
Habiéndose informado de ello don Bosco, se topó
casualmente con uno de los actores más conocidos
de aquellos enredos diabólicos, y, sin más, le
presentó cara y le dijo que los fenómenos
producidos por su arte no eran más que juegos de
saltimbanqui. Desafió aquél a don Bosco
invitándole a ir a su casa para ver y comprobar la
verdad de la cuestión. Don Bosco, siempre con
permiso de la autoridad eclesiástica, fue
acompañado por los teólogos Marengo y Nasi, pero
llevando consigo, escondida bajo la sotana, una
reliquia de la santa cruz. Fue recibido con gran
complacencia; brillaba en el rostro del
magnetizador la seguridad del triunfo. Se colocó
la mesa en medio del salón; sólo que, por más que
él hizo e hicieron otros, la mesa no se dio por
entendida ni ((**It4.726**)) para
moverse ni para responder. El desafiador,
maravillado y enojado, tras haber repetido sus
pruebas sin resultado, se volvió a don Bosco
diciéndole que él era el causante de aquel
fracaso, porque no consentía voluntariamente en
aquellos fenómenos, porque no creía. Y concluyó:
-íUsted no tiene fe!
->>Fe en qué?, respondió don Bosco mirándole
seriamente a la cara.
Y se retiró convencido, con sus dos amigos, de
que la reliquia de la santa cruz había sido la
causa de la inmovilidad de aquella mesa. El mismo
don Bosco narró este hecho a sus sacerdotes y a
sus clérigos.
Mientras tanto, sin embargo, iba creciendo la
asistencia de personas cultas a los consultorios
magnéticos donde, después de hipnotizar a uno de
los presentes, se producían efectos espiritistas
maravillosos o espantosos del todo; tinieblas y
luces; músicas invisibles y manos misteriosas que
apretaban, acariciaban y golpeaban; bailes
repentinos y desenfrenados de todo el mobiliario
de una habitación, apariciones agradables u
horrendas de espectros y de almas de los difuntos.
Y las consecuencias de estos innumerables
espectáculos en Turín y en provincias eran
delirios, suicidios, obsesiones, desesperaciones,
muertes repentinas, hipocondrías incurables,
parálisis, espasmos agudos y cien maldiciones más.
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