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((**Es4.546**) Pero el perro, en vez de obedecer, soltó una especie de gruñido y permaneció en su puesto. Por dos veces intentó don Bosco pasar por encima de él y por dos veces se negó el gris a dejarle pasar. Alguno de los muchachos le ((**It4.714**)) tocó con el pie para que se moviera, pero él respondió con un espantoso ladrido. Intentó entonces don Bosco salir rozando las jambas de la puerta, pero el gris se arrojó a sus pies. La buena Margarita dijo entonces en dialecto piamontés: <>; que quiere decir: si no quieres escucharme a mí, escucha al menos al perro: no salgas. Al ver don Bosco a su madre con tanta zozobra, creyó prudente satisfacer sus deseos y volvió a entrar en casa. Aún no había pasado un cuarto de hora, cuando un vecino vino en su busca y le encomendó estuviera en guardia, porque había sabido que tres o cuatro invididuos giraban por los alrededores de Valdocco decididos a darle un golpe mortal. Don Bosco había escapado a sus asechanzas, pero aquellos desalmados no desistían de sus homicidas propósitos. Volvía una noche a casa, por la calle que va desde la plaza Manuel Filiberto hasta el llamado Rondó, hacia Valdocco. Al llegar un poco más allá de la mitad, advirtió don Bosco que alquien corría tras él; se volvió, y al ver a pocos pasos a un sujeto con un enorme garrote en la mano, se echó a correr con la esperanza de llegar al Oratorio antes de ser alcanzado. Estaba ya en la costanilla, que hoy da a la casa Delfino, cuando descubrió frente a él a unos cuantos más, que intentaban atraparle en medio. Al darse cuenta del peligro, quiso librarse del que le perseguía. Estaba éste a punto de propinarle un golpe, don Bosco se detuvo repentinamente, y le dio con tal destreza y fuerza un codazo en el estómago que el desgraciado cayó por tierra gritando: -íAh, ay, me han matado! Con el éxito del golpe de judo, don Bosco habría podido salvarse de las manos de aquél; pero estaban ya los otros, con sus palos en alto, cercándolo. En aquel instante saltó al medio el gris providencialmente, se colocó junto a don Bosco, empezó a ladrar y a aullar, después a rebullirse de un lado para ((**It4.715**)) otro con tal furia, que aquellos brutos, medio muertos de miedo y temiendo ser hechos pedazos, rogaban a don Bosco que lo amansase y lo tuviera a su lado. Mientras tanto, uno tras otro se desbandaron dejando que el sacerdote siguiese su camino. El perro no abandonó a don Bosco hasta que entró en el Oratorio. Fue entonces cuando, siguiéndole por el patio, y acercándose hasta la puerta de la cocina, recibió unas muy (**Es4.546**))
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