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Pero el perro, en vez de obedecer, soltó una
especie de gruñido y permaneció en su puesto. Por
dos veces intentó don Bosco pasar por encima de él
y por dos veces se negó el gris a dejarle pasar.
Alguno de los muchachos le ((**It4.714**)) tocó
con el pie para que se moviera, pero él respondió
con un espantoso ladrido. Intentó entonces don
Bosco salir rozando las jambas de la puerta, pero
el gris se arrojó a sus pies. La buena Margarita
dijo entonces en dialecto piamontés: <>;
que quiere decir: si no quieres escucharme a mí,
escucha al menos al perro: no salgas. Al ver don
Bosco a su madre con tanta zozobra, creyó prudente
satisfacer sus deseos y volvió a entrar en casa.
Aún no había pasado un cuarto de hora, cuando un
vecino vino en su busca y le encomendó estuviera
en guardia, porque había sabido que tres o cuatro
invididuos giraban por los alrededores de Valdocco
decididos a darle un golpe mortal.
Don Bosco había escapado a sus asechanzas, pero
aquellos desalmados no desistían de sus homicidas
propósitos. Volvía una noche a casa, por la calle
que va desde la plaza Manuel Filiberto hasta el
llamado Rondó, hacia Valdocco. Al llegar un poco
más allá de la mitad, advirtió don Bosco que
alquien corría tras él; se volvió, y al ver a
pocos pasos a un sujeto con un enorme garrote en
la mano, se echó a correr con la esperanza de
llegar al Oratorio antes de ser alcanzado. Estaba
ya en la costanilla, que hoy da a la casa Delfino,
cuando descubrió frente a él a unos cuantos más,
que intentaban atraparle en medio. Al darse cuenta
del peligro, quiso librarse del que le perseguía.
Estaba éste a punto de propinarle un golpe, don
Bosco se detuvo repentinamente, y le dio con tal
destreza y fuerza un codazo en el estómago que el
desgraciado cayó por tierra gritando:
-íAh, ay, me han matado!
Con el éxito del golpe de judo, don Bosco
habría podido salvarse de las manos de aquél; pero
estaban ya los otros, con sus palos en alto,
cercándolo. En aquel instante saltó al medio el
gris providencialmente, se colocó junto a don
Bosco, empezó a ladrar y a aullar, después a
rebullirse de un lado para ((**It4.715**)) otro
con tal furia, que aquellos brutos, medio muertos
de miedo y temiendo ser hechos pedazos, rogaban a
don Bosco que lo amansase y lo tuviera a su lado.
Mientras tanto, uno tras otro se desbandaron
dejando que el sacerdote siguiese su camino. El
perro no abandonó a don Bosco hasta que entró en
el Oratorio. Fue entonces cuando, siguiéndole por
el patio, y acercándose hasta la puerta de la
cocina, recibió unas muy
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