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un perro de aspecto formidable. Muchas veces mamá
Margarita exclamaba al verlo: -íYa está ahí el
animalazo ese! Casi parecía un lobo, tenía el
morro alargado, las orejas derechas, el pelo gris,
la altura de un metro>>.
Causaba miedo a los que no le conocían. Nos
contó don Bosco: <((**It4.713**)) -No
permitiré que vaya usted solo a casa con este
perro.
Tomó dos gruesas piedras y se las tiró con toda
su fuerza una tras otra. El perro no se movió, ni
dio muestras del menor resentimiento, como si las
piedras hubieran caído sobre una roca, y no sobre
su cuerpo. Entonces aquel buen hombre se asustó y
exclamó:
-íEs un duende! íEs un duende!
Es decir, un animal embrujado; y, no osando
volver atrás, me acompañó hasta el Oratorio. Una
vez allí tuve que enviarle dos muchachos mayores
para que le acompañasen, porque no hubiese sabido
volver solo a su casa, con el miedo que le había
ocasionado la insensiblidad del perro y el temor
de volver a encontrarlo otra vez. Pero el gris en
cuanto me vio acompañado, desapareció>>.
Así pues, el gris, al que también vio, al menos
dos veces, el clérigo Miguel Rúa, acudía a
defender a don Bosco en los momentos de mayor
peligro, con su oportuna aparición que nosotros
calificaríamos de prodigiosa.
Una vez, en lugar de acompañarlo a casa, no le
dejó atravesar el umbral. A causa de un olvido
tenido durante el día, debía salir una tarde a
hora ya muy avanzada. Intentaba mamá Margarita
disuadirlo; pero él, después de animarla a que no
tuviera miedo, se caló el sombrero, llamó a unos
muchachos para que le acompañaran y salió hasta el
cancel. Al llegar allí, se tropezó con el gris
tendido a la larga. El portero, que no le conocía,
había intentado varias veces alejarlo hasta con
golpes, pero él volvía de nuevo, como si tuviera
que esperar a alguien.
-íHola, el gris!, exclamó don Bosco; mucho
mejor, seremos uno más. Levántate, pues, dijo
después al perro, y ven.
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