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veían de lejos a don Bosco, paraban toda diversión
y a una voz exclamaban con manifiesta
satisfacción: íDon Bosco! íDon Bosco!
Y cuando él llegaba en medio de ellos le
agarraban por las manos, le trataban con la más
reverente amabilidad y le acompañaban hasta el
puerta del Oratorio.
El saber que era tan malvadamente perseguido
aumentaba las simpatías de todos los buenos, los
cuales se maravillaban de verle salir siempre
incólume de tantas asechanzas. El, por su parte,
vivía seguro y con plena confianza se dirigía al
Señor diciéndole: <>
(Sácame de la red que me han tendido, que tú eres
mi refugio) 1.
En el capítulo siguiente veremos cómo escuchaba
Dios su oración.
1 Salmo XXXI, 5.
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