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Castelnuovo a otro hijo de José para defender a
don Bosco de sus obstinados enemigos. Si al caer
de la noche, aún no había vuelto a casa ((**It4.708**)) por
estar asistiendo a un enfermo o cumpliendo
cualquier otra obra de caridad, Margarita enviaba
a su encuentro a los muchachos mayores para que le
acompañasen a la vuelta hacia el Oratorio. Parecía
que tuviese el don o la gracia de presentir los
peligros que, de vez en cuando, amenazaban a su
querido hijo.
Juan Cagliero, durante 1853 y 1854, iba con dos
compañeros de los mayores a esperar a don Bosco a
las cercanías, al cruce de calles y senderos,
cuando debía volver a casa de noche. Pero él era
avisado a menudo por beneméritas personas, o por
cartas anónimas, para que se defendiera de las
asechanzas que le tendían los protestantes. Y
Cagliero, haciendo de centinela, le encontró
varias veces que volvía al Oratorio acompañado de
bondadosos ciudadanos, que iban con él para
defenderle de lo que pudiera ocurrir. Un vez le
vio escoltado por un soldado armado, que él mismo
había pedido al sargento de guardia del piquete de
Puerta Palacio, por la seguridad que tenía de
estar amenazado de muerte.
Los atentados contra don Bosco que hemos
descrito, y otros de los que todavía hablaremos,
se sucedieron a intervalos durante cuatro años, a
partir de 1852. Al mismo tiempo los autores de
estos delitos tenían por auxiliares algunas
pandillas de jovenzuelos que, incitados contra el
Oratorio, iban los domingos a Valdocco a golpear
con palos y piedras la puerta de la capilla a la
hora del sermón. Don Bosco entonces no podía hacer
oír su voz por sus golpes y sus gritos. Durante
varios domingos reinó la paciencia, pero
finalmente, hartos de aquella provocación, algunos
jóvenes internos, sin pedir permiso, se armaron de
garrotes y esperaron, tras la puerta medio
cerrada, a que comenzase el acostumbrado ruido. No
tardó éste en empezar y Juan Cagliero, acompañado
de otros, se lanzó fuera. Tirado al suelo el
primero ((**It4.709**)) que
encontraron, corrieron tras los demás que huían.
Cinco o seis cayeron por el camino. Pero don Bosco
suspendió el sermón para llamar a sus jóvenes, los
cuales obedecieron enseguida, teniendo que
aguantar entonces su parte de golpes, porque los
alborotadores habían reaccionado. Desde aquel día,
poquito a poco fue cesando aquella peste.
Los enemigos de don Bosco y sus emisarios no
eran de la zona de Valdocco, y los que le
combatieron al principio ya se habían desengañado
y pacificado. Por eso, cada vez que, en el buen
tiempo y a horas tardías, pasaba por la calle
Cottolengo se encontraba allí reunida muchísima
gente, que tocaba, cantaba y bailaba; pero apenas
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