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que, en caso de necesidad, eran capaces de
descuartizar un buey. Llegados al lugar designado,
dejó a ((**It4.704**)) dos de
ellos al pie de la escalera. Ribaudi, José
Buzzetti y los dos que acabamos de nombrar
subieron con él hasta la primera planta y se
quedaron en el rellano junto a la puerta de la
habitación. Entró en ella don Bosco, vio en la
cama a una mujer jadeante; fingía tan bien, que
verdaderamente parecía se le iba a escapar el
último aliento. A aquella vista invitó don Bosco a
los allí presentes, que eran cuatro, y que estaban
sentados, a que salieran, para poder hablar
libremente con la enferma y ayudarla a confesarse.
-Antes de confesarme, comenzó a decir aquella
mujerzuela a grandes voces, quiero que ese granuja
se retracte de las calumnias, que me ha imputado.
Y señalaba al que estaba enfrente.
-No, respondió uno poniéndose en pie.
-Cállate, añadió otro.
-Sí.
-No.
-Calla, infame, o te estrangulo.
Estos y otros no menos graciosos vocablos,
mezclados con horrendas imprecaciones, llegaron
enseguida a producir una bulla espantosa en
aquella cámara infernal.
Todos estaban en pie. De repente, en medio de
la jarana se apagan las luces, y, en plena
oscuridad, cesa el trueno y se desata una
granizada de trompazos, dirigidos al sitio donde
estaba don Bosco.
Pero él adivinó enseguida la broma que le
querían gastar, que no era otra más que la de
romperle los huesos. En tan imprevista situación,
no sabiendo cómo defenderse, agarró a toda prisa
la silla que estaba junto a la cama, se la puso
sobre la cabeza patas arriba y, bajo aquel
parachoques, buscó la puerta. Mientras tanto,
aquellos locos descargaban golpes y más golpes
mortales, que en vez de dar en la cabeza del pobre
don Bosco, caían con gran ruido sobre la silla.
Don Bosco logró llegar junto a la puerta, cerrada
con llave; pero, aprovechando la fuerza muscular
extraordinaria de que estaba ((**It4.705**)) dotado,
retorció y arrancó la cerradura con una sola mano,
mientras los jóvenes apostados se dieron cuenta
del ruido, empujaron con el hombro la puerta y la
abrieron. Arnaud entró, agarró a don Bosco por un
brazo, lo sacó fuera, y don Bosco se arrojó en
medio de ellos, satisfecho de haber salvado las
espaldas y la cabeza. Pero se llevó un garrotazo
sobre el pulgar de la mano izquierda, que durante
la pelea tenía apoyada en el respaldo de la silla.
Aun cuando el golpe por sí
(**Es4.538**))
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