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((**Es4.538**) que, en caso de necesidad, eran capaces de descuartizar un buey. Llegados al lugar designado, dejó a ((**It4.704**)) dos de ellos al pie de la escalera. Ribaudi, José Buzzetti y los dos que acabamos de nombrar subieron con él hasta la primera planta y se quedaron en el rellano junto a la puerta de la habitación. Entró en ella don Bosco, vio en la cama a una mujer jadeante; fingía tan bien, que verdaderamente parecía se le iba a escapar el último aliento. A aquella vista invitó don Bosco a los allí presentes, que eran cuatro, y que estaban sentados, a que salieran, para poder hablar libremente con la enferma y ayudarla a confesarse. -Antes de confesarme, comenzó a decir aquella mujerzuela a grandes voces, quiero que ese granuja se retracte de las calumnias, que me ha imputado. Y señalaba al que estaba enfrente. -No, respondió uno poniéndose en pie. -Cállate, añadió otro. -Sí. -No. -Calla, infame, o te estrangulo. Estos y otros no menos graciosos vocablos, mezclados con horrendas imprecaciones, llegaron enseguida a producir una bulla espantosa en aquella cámara infernal. Todos estaban en pie. De repente, en medio de la jarana se apagan las luces, y, en plena oscuridad, cesa el trueno y se desata una granizada de trompazos, dirigidos al sitio donde estaba don Bosco. Pero él adivinó enseguida la broma que le querían gastar, que no era otra más que la de romperle los huesos. En tan imprevista situación, no sabiendo cómo defenderse, agarró a toda prisa la silla que estaba junto a la cama, se la puso sobre la cabeza patas arriba y, bajo aquel parachoques, buscó la puerta. Mientras tanto, aquellos locos descargaban golpes y más golpes mortales, que en vez de dar en la cabeza del pobre don Bosco, caían con gran ruido sobre la silla. Don Bosco logró llegar junto a la puerta, cerrada con llave; pero, aprovechando la fuerza muscular extraordinaria de que estaba ((**It4.705**)) dotado, retorció y arrancó la cerradura con una sola mano, mientras los jóvenes apostados se dieron cuenta del ruido, empujaron con el hombro la puerta y la abrieron. Arnaud entró, agarró a don Bosco por un brazo, lo sacó fuera, y don Bosco se arrojó en medio de ellos, satisfecho de haber salvado las espaldas y la cabeza. Pero se llevó un garrotazo sobre el pulgar de la mano izquierda, que durante la pelea tenía apoyada en el respaldo de la silla. Aun cuando el golpe por sí (**Es4.538**))
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