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((**Es4.536**) y hacerlo pedazos; mas don Bosco, por miedo a que alguno de ellos sufriera una herida, les prohibió desde el balcón tocarlo. Pero con aquella fiera en casa, ninguno podía estar tranquilo. La buena Margarita, sobre todo, andaba preocupada por su hijo y los muchachos. >>Qué hacer? Se avisó enseguida, y varias veces, a la comisaría; pero, es triste decirlo, no se vio aparecer ni un solo alguacil, ni un guardia hasta las nueve y media de la noche. A aquella hora se presentaron dos guardias, esposaron al malandrín y se lo llevaron al cuartelillo, liberando a don Bosco de una violencia, que honró muy poco a quien presidía por aquellos días a la fuerza pública. Y, como, si semejante indiferencia para defender a un ciudadano no hubiese sido suficiente para inquietar a cualquier persona honrada, he aquí que al día siguiente el comisario cometió otra imprudencia mayor. Mandó a un policía a preguntar a don Bosco si perdonaba el atropello. Respondió que, como cristiano y sacerdote, perdonaba el ultraje y muchos más; pero, como ciudadano y director de una institución, invocaba en nombre de la ley, que la autoridad pública garantizase algo más a la casa y a las personas. Pues, >>quién lo creería? Al día siguiente el comisario ponía en libertad al criminal, el cual estaba, de nuevo, por la tarde apostado a poca distancia del Oratorio, esperando que don Bosco saliese, para realizar su sanguinario plan. Un día de primavera de 1854, volvía al caer de la tarde, el jovencito Cagliero de la escuela del profesor Bonzanino, cuando vio a lo lejos a don Bosco, en un recodo del camino que llevaba ((**It4.702**)) al Oratorio; se dio prisa por alcanzarlo. Lo alcanzó, y entonces vio correr furiosamente hacia ellos dos, al Andreis en mangas de camisa. Creyeron que iba borracho y se retiraron a un lado para dejarle paso libre. El rápido movimiento realizado por don Bosco hacia el lado opuesto, hizo que el asaltante se pasara algunos pasos, ya que con el ímpetu que llevaba no pudo detenerse en aquel punto. Don Bosco, que vio brillar la hoja del cuchillo en la manga del mal intencionado sujeto, echó a correr hacia casa y llegó junto a la puerta; pero aquél se paró y reemprendió la carrera tras él con intención de herirlo. Cagliero, que al principio no se había dado cuenta de nada, comprendió entonces de qué se trataba y, huyendo, empezó a pedir socorro. El otro se detuvo perplejo y finalmente se volvió a su casa. Otra vez el mismo Andreis, vestido de otro modo, llegó al Oratorio, y al no ver a don Bosco entre los muchachos, pidió hablar con él y subió escaleras arriba hacia su habitación. Pero Cagliero le reconoció, y, al ver que llevaba la mano derecha en el bolso, quizá sobre el mango del cuchillo, avisó a los compañeros, y especialmente al clérigo (**Es4.536**))
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