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-Sin embargo es preciso que beba a toda costa,
exclamaron a coro aquellos canallas.
Después, pasando de los dichos a los hechos,
uno de ellos agarró al pobre cura por el hombro
derecho, otro por el izquierdo, y dijeron:
-No podemos tolerar este insulto: si no quiere
beber por las buenas, beberá por las malas.
Ante la violencia, don Bosco se encontró entre
la espada y la pared. Era realmente un mal
momento. Y como no parecía ni fácil ni prudente
emplear la fuerza, creyó mejor acudir a la
astucia. Y así lo hizo; díjoles:
-Bueno, si de todos modos queréis que beba
dejadme libre, porque agarrado por los hombros y
los brazos, me hacéis temblar la mano y se me va a
caer el vino.
-Tiene razón, respondieron ellos. Y se
apartaron un poco.
Entonces don Bosco, aprovechó el momento
propicio, dio un largo paso hacia atrás, se acercó
a la puerta, que por fortuna no estaba cerrada con
llave, porque él, al atravesar el umbral, había
colocado el pie ((**It4.699**)) entre
el muro y la puerta para que no se pudiera cerrar
y aquella gentuza no se había dado cuenta. La
abrió e invitó a sus jóvenes a entrar. El abrirse
de par en par la puerta tan imprevistamente y la
aparición de cuatro o cinco mozos, de dieciocho a
veinte años, frenó la insolencia de aquéllos, cuyo
jefe dijo moviendo mortificadamente la cabeza:
-Vaya, paciencia; si no quiere beber déjelo y
esté tranquilo.
-Ah, no; si no puedo beber yo, se lo daré a mis
hijos que lo beberán en mi lugar.
-No, no hace falta que lo beban, replicaron
aquellos malvados.
No es que don Bosco hubiera dado aquel vaso a
los muchachos; obraba así, para mejor descubrir su
trama.
->>Y dónde está el moribundo?, preguntó
entonces don Bosco; conviene que al menos lo vea.
Para cubrir su vil atentado, uno de los
malhechores le acompañó hasta una habitación de la
segunda planta. Allí se encontró, acostado en la
cama, como si fuera el enfermo uno de los que
habían ido a llamarlo al Oratorio. Don Bosco le
hizo, sin embargo algunas preguntas, y aquel
impostor de oficio, a pesar del hercúleo esfuerzo
que hacía para contener la risa, no pudo más,
soltó una carcajada y dijo:
-Me confesaré mañana.
Y don Bosco salió dando gracias al Señor en su
corazón de haberlo librado de aquellas manos
criminales por medio de sus hijos.
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