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((**Es4.534**) -Sin embargo es preciso que beba a toda costa, exclamaron a coro aquellos canallas. Después, pasando de los dichos a los hechos, uno de ellos agarró al pobre cura por el hombro derecho, otro por el izquierdo, y dijeron: -No podemos tolerar este insulto: si no quiere beber por las buenas, beberá por las malas. Ante la violencia, don Bosco se encontró entre la espada y la pared. Era realmente un mal momento. Y como no parecía ni fácil ni prudente emplear la fuerza, creyó mejor acudir a la astucia. Y así lo hizo; díjoles: -Bueno, si de todos modos queréis que beba dejadme libre, porque agarrado por los hombros y los brazos, me hacéis temblar la mano y se me va a caer el vino. -Tiene razón, respondieron ellos. Y se apartaron un poco. Entonces don Bosco, aprovechó el momento propicio, dio un largo paso hacia atrás, se acercó a la puerta, que por fortuna no estaba cerrada con llave, porque él, al atravesar el umbral, había colocado el pie ((**It4.699**)) entre el muro y la puerta para que no se pudiera cerrar y aquella gentuza no se había dado cuenta. La abrió e invitó a sus jóvenes a entrar. El abrirse de par en par la puerta tan imprevistamente y la aparición de cuatro o cinco mozos, de dieciocho a veinte años, frenó la insolencia de aquéllos, cuyo jefe dijo moviendo mortificadamente la cabeza: -Vaya, paciencia; si no quiere beber déjelo y esté tranquilo. -Ah, no; si no puedo beber yo, se lo daré a mis hijos que lo beberán en mi lugar. -No, no hace falta que lo beban, replicaron aquellos malvados. No es que don Bosco hubiera dado aquel vaso a los muchachos; obraba así, para mejor descubrir su trama. ->>Y dónde está el moribundo?, preguntó entonces don Bosco; conviene que al menos lo vea. Para cubrir su vil atentado, uno de los malhechores le acompañó hasta una habitación de la segunda planta. Allí se encontró, acostado en la cama, como si fuera el enfermo uno de los que habían ido a llamarlo al Oratorio. Don Bosco le hizo, sin embargo algunas preguntas, y aquel impostor de oficio, a pesar del hercúleo esfuerzo que hacía para contener la risa, no pudo más, soltó una carcajada y dijo: -Me confesaré mañana. Y don Bosco salió dando gracias al Señor en su corazón de haberlo librado de aquellas manos criminales por medio de sus hijos. (**Es4.534**))
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