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algunos días y resolver algunos asuntos. Una
tarde, hacia las seis y media, con las gallinas ya
en el gallinero, y mientras los muchachos del
Oratorio estaban en sus estudios y trabajos, he
aquí que volvió Margarita con la hermana de don
Francisco Giacomelli. Corrió la noticia como un
relámpago, se oyeron los vítores por todas partes,
acudieron los muchachos a su encuentro, la
rodearon palmoteando, mientras ella se esforzaba
por repetir: íQuietos, quietos! Pero su voz
produjo otro efecto, no imaginado. Las gallinas
del gallinero se despertaron con tanto ruido y, al
oír aquella voz conocida que hacía días no las
llamaba, empezaron a cacarear, salieron todas del
gallinero y corrieron también ellas en derredor de
Margarita. Los muchachos se morían de risa ante el
espectáculo e hicieron paso a las gallinas, a las
cuales empezó Margarita a distribuir miguitas de
pan.
En efecto, el gallinero era su reino, y las
gallinas, sus súbditos, le eran tan obedientes
que, cuando quería tomar una, la llamaba, se le
acercaba, le ponía la mano encima sin que ella
intentase escapar. Su afición por las gallinas era
ocasión de mucha broma en el Oratorio.
Cuando se representó por vez primera ((**It4.695**)) el
drama antes dicho, mamá Margarita asistió con los
demás a la representación. Un actor, describiendo
cómo los protestantes, confundidos y vencidos por
las razones del Abogado, habían desaparecido,
decía:
<>.
Terminada la representación y despedidos los
espectadores, don Bosco decía a los alumnos que le
rodeaban:
-Lo que mejor habrá captado la fantasía de mi
madre, ciertamente habrá sido la comparación de la
zorra y las gallinas.
Y en efecto, llegó ella, le hicieron corro los
muchachos y don Bosco le preguntó:
-También usted ha venido al teatro. >>Qué le ha
parecido?
-Muy bonito, respondió Margarita; aquello de la
zorra y las gallinas me ha llegado al alma.
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