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((**Es4.522**) toda devoción. Y no podía ser de otro modo, porque veían la asiduidad y compostura de don Bosco en la iglesia, en las oraciones comunes, en la meditación, en el rezo de su breviario, aún en momentos de grave incomodidad, por cuanto le era posible. Por esto todos admiraban en muchos jóvenes del Oratorio, y siempre lo admiraron, un profundo sentimiento de piedad, que les convertía en acabados modelos de virtud; y por eso mismo don Bosco, cuando se encontraba en alguna dificultad en sus asuntos, hacía rezar a los muchachos de un modo particular, y obtenía las gracias que pedía. Muchas veces acudieron a él sacerdotes, directores de instituciones juveniles, para preguntarle qué prácticas piadosas realizaban de ordinario los alumnos del Oratorio. Hubo uno que casi le riñó por el exceso de oraciones con que entretenía a los muchachos, y don Bosco le respondió: -Yo no les exijo más que lo que hace un buen cristiano, pero procuro que estas oraciones estén bien hechas. Su devoción llamaba poderosamente la atención cuando, el primer jueves de cada mes, se celebraba el ejercicio de la buena muerte, práctica a la que don Bosco daba tanta importancia. Acostumbraba a decir: -Pienso que se puede asegurar la salvación del alma de un joven, que cada mes se confiesa y comulga, como si fuese la última vez de su vida. Los muchachos eran advertidos algún día antes para ((**It4.684**)) prepararse, y lo hacían con un aprovechamiento y una seriedad superiores a su edad: íera muy grande el deseo que don Bosco había sabido inspirarles de hacer bien este ejercicio! Durante muchos años tomaban parte en la apreciada función insignes personajes de la ciudad. Después de la comunión general y las conocidas plegarias, pronunciadas en voz alta y despacio, no dejaba nunca don Bosco de recitar un Padrenuestro y Avemaría por aquél de los presentes que moriría primero. Los muchachos quedaban altamente impresionados, y se aumentaba increíblemente un nuevo fervor. Para dar un aire festivo a aquel jueves, se distribuía una ración de salchichón en el desayuno. Muchas veces acudía don Bosco en aquellos momentos al recreo y exclamaba en medio de un gran corro de muchachos: -íQué alegres estaríamos, si muriésemos hoy! De cuando en cuando, durante el buen tiempo, solía llevarles a hacer este ejercicio en alguna iglesia de los suburbios de la ciudad, con gran edificación de los que les contemplaban. (**Es4.522**))
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