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iban a porfía para rodearle y gozar de su
instructiva y sencilla conversación. Tenían a gran
honor y era una gran suerte estar en compañía de
don Bosco, a quien no sólo amaban, sino que
veneraban y consideraban como un santo. El les
contaba alguna anécdota amena o edificante, y
aprovechaba la ocasión para avisarles o
corregirles de acuerdo con las circunstancias, y
sus palabras eran como caídas del cielo. A las
cinco entraban los estudiantes en el salón de
estudio, hasta la hora de cenar: pero, como dos
horas y media de trabajo mental podían resultar
muy pesadas, los últimos veinte minutos se
destinaban a escuchar la lectura de alguna
narración edificante que despertase vivo interés.
Después de la cena, había escuela de canto para
todos.
A las nueve se rezaban las oraciones de la
noche: durante el verano, bajo los pórticos;
durante el invierno, en la antigua
capilla-cobertizo, porque la ((**It4.681**)) plática
familiar que seguía a continuación, no quería don
Bosco se hiciera en la iglesia a manera de sermón.
Era un momento que él aprovechaba para dar un
aviso o remediar algún pequeño desorden con sus
suaves maneras y sus palabras insinuantes y, a
veces, con una severidad paternal, que dejaba en
todos la mejor impresión.
Mientras se rezaban las oraciones, todos de
rodillas en el suelo, don Bosco estaba siempre
entre ellos. Después de un brevísimo examen de
conciencia, subía sobre una silla, o sobre una
cátedra a propósito para dar la breve, pero eficaz
plática.
Sabía estimular maravillosamente al amor de
Dios y de María Santísima, infundiendo una u otra
virtud, de acuerdo con la necesidad y la
oportunidad, y dando normas para progresar por el
camino del bien. Una veces horrorizaba a los
muchachos hablándoles de la comunión sacrílega,
otras les conmovía encomendándose a sus oraciones
con gran humildad, porque ne cum aliis
praedicaverim, decía, ipse reprobus efficiar (no
sea que predicando a los demás, uno se condene).
No todas las noches tocaba temas de suma
importancia. Cuando no tenía nada que decir sobre
el orden de la casa, explicaba el significado del
nombre de un ornamento sagrado, por ejemplo,
Dalmática, Amito, Planeta, etc., o bien comentaba
una frase ritual y su empleo, como Dominus
vobiscum, Kyrie eleison, Alleluia, Amen, etc., o
hablaba de un arte, o un invento moderno; pero
siempre aprovechaba la ocasión para decir lo que
quería y le interesaba. No dejaba de narrar el
origen de las fiestas establecidas en honor de la
Madre de Dios, y contaba muchas veces la vida del
Santo que celebraba la Iglesia al día siguiente.
Recordaban los antiguos alumnos
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