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((**Es4.511**) su bondad por los espléndidos salones de los señores que eran o llegarían a ser bienhechores en lo porvenir. Llamó mucho la atención desde un principio, el que ninguna de las familias turinesas diese de baja a sus hijos de las escuelas adonde iban aquellos pobrecitos; que ninguna hiciese la menor lamentación, más aún, todas vieron, con gusto la actuación de los profesores. Hay que notar, además, que en aquellos tiempos aún no reinaba la democracia. ((**It4.669**)) Pero, al mismo tiempo, hay que poner de relieve la caridad cristiana, casi heroica, de los señores Picco y Bonzanino, que, a riesgo de ver desaparecer de sus escuelas la flor y nata de la sociedad, que les proporcionaba pingüe ganancia, se arriesgaban a colocar en los mismos bancos a muchachos de humilde condición, modestamente vestidos, junto a señoritos elegantes, bien trajeados, sabedores de su propia condición social. El profesor Bonzanino tenía el cuidado de acercarse a la puerta de su casa para que los de don Bosco se quitaran los capotes de soldado que llevaban como abrigo, para resguardarse de la lluvia o de la nieve. Eran aquellos capotes un regalo del Ministro de la guerra a don Bosco; pero aunque defendían a la persona de la intemperie, estaban apolillados, y más parecían una manta que un abrigo, dando a los que lo llevaban un aire caricaturesco o de contrabandistas. En efecto, iba un día Tomatis a la escuela de dibujo con aquel uniforme; se sentó en un banco de la calle y se le acercaron inmediatamente dos guardias pidiéndole la tarjeta de identidad. Tomatis respondió ingenuamente que no llevaba más que la tarjeta de dibujo, y la sacó del bolsillo. A las preguntas de quién era, dónde vivía y qué hacía, respondió que se llamaba Tomatis, que era un estudiante y que vivía con don Bosco en Valdocco. Al interrogarle cómo se las apañaba don Bosco para mantener a sus muchachos, Tomatis pronunció una sola palabra: -íLa Providencia! -íNo hay Providencia que valga!, exclamaron los guardias con una sonrisa burlona. Y Tomatis replicó: -Si no hubiera Providencia, tampoco ustedes, señores míos, estarían tan fuertes. Ella es la que me provee a mí de este capote. Los guardias, después de algunas explicaciones más, le dejaron en paz. ((**It4.670**)) Al principio aquellos capotes y aquellos gorros militares fueron ocasión de indiscretas curiosidades y hasta de mofa; pero luego todo pasó y durante muchos años los jóvenes de don Bosco los llevaban lo mismo en casa que cuando salían fuera de ella. Sin embargo, (**Es4.511**))
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