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>>En fin: Todo para el cuerpo y nada para el
alma>>.
Las madres angustiadas acudían a don Bosco para
sacar de aquellos talleres corruptores a sus
hijos, rogándole les buscara un lugar donde
pudieran aprender a ((**It4.664**)) ganarse
el pan, sin la triste perspectiva de perder el
alma. Y don Bosco se afanaba para colocarlos, aún
fuera de la ciudad, aprovechando las múltiples
relaciones que tenía, decidido al mismo tiempo a
no descansar hasta el día en que pudiera albergar
a centenares de artesanos en el Oratorio, bajo sus
inmediatos cuidados.
Pero no era eso todo. Su mente profunda y
perspicaz veía los peligros que amenazaban a las
naciones y la necesidad de resolver la cuestión
obrera con sentido cristiano. Ya se había
manifestado el socialismo en los reinos vecinos y
amenazaba a Italia. Los partidarios de las
malsanas doctrinas, los jefes de las sociedades
secretas, persuadidos de que el porvenir estaría
ciertamente en manos de quienes hubieran sabido
adueñarse del espíritu y del corazón del obrero,
empezaban a desplegar un celo verdaderamente
satánico, para embrutecer las masas, disponerlas a
cualquier exceso y poder montarse sobre sus
hombros.
Don Bosco, por su parte, también se había
propuesto impedir tan grandes desastres por medio
de los mismos jóvenes obreros, llevándoles a la
única Religión que, juntando las vías del amor y
del sacrificio, produce la satisfacción del propio
estado. Les recordaba cómo el trabajo manual fue
honrado y glorificado personalmente por Nuestro
Señor Jesucristo, el cual quiso ser durante su
vida mortal un simple obrero como ellos, y
describía a menudo su entrada triunfal en el cielo
y el premio eterno que les esperaba después de las
penas y fatigas de este mundo.
Pero él solo no podía realizar su plan de
talleres cristianos, lugar de paz, de alegría, de
trabajo querido y bendecido, de los cuales
salieran después sus alumnos y se esparcieran por
el mundo, dispuestos a enfrentarse valientemente
con las dificultades de la vida y seguir sin
torcerse la línea trazada ((**It4.665**)) por
Dios, y ser soldados de la Iglesia y, en
consecuencia, del orden público, dentro de las
sociedades católicas obreras. Por experiencia
sabía que las obras individuales generalmente
desaparecen con los hombres que las crean. Por eso
don Bosco no dejaba un instante de acariciar el
propósito de una Congregación religiosa organizada
también para este fin. Era la divina Providencia
quien le inspiraba esta idea, como ya se la había
inspirado a centenares de fundadores y fundadoras
contemporáneos de Piadosas Sociedades, que debían
socorrer de mil maneras al obrero
(**Es4.507**))
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