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Quiso, pues, don Bosco evitar, en lo posible, a
sus artesanos aquellos inconvenientes. Y para
ello, ayudado por los bienhechores, compró unas
mesitas y taburetes, las herramientas necesarias y
montó un taller para los zapateros en un
corredorcito de casa Pinardi, junto a la torre de
la iglesia.
A la vez, destinaba a algunos otros jóvenes al
oficio de sastre. Y como había trasladado la
cocina a la planta baja de los nuevos locales,
((**It4.660**)) al
fondo del actual locutorio de invierno hacia el
jardín, la antigua cocina se convirtió en
sastrería. Un crucifijo y una estatua de la Virgen
tomaron posesión de los dos talleres. Enseguida se
vieron las grandes ventajas espirituales, morales
y materiales en aquellos alumnos. Don Bosco fue el
primer maestro de los sastres, cuyo arte conocía
desde sus tiempos de estudiante; iba también, a
veces, cuando los estudiantes estaban en clase en
la ciudad, a sentarse en la banqueta de los
zapateros para enseñar a los jóvenes el manejo de
la lezna y del cabo 1, empecinado, para remendar
los zapatos. De este modo cubría las necesidades
de sus muchachos con menor gasto; en adelante, no
tendría que acudir fuera de casa para proveerles
de calzado y de vestido. Por esa misma razón, a
medida que irá naciendo una nueva necesidad, le
veremos abrir un nuevo taller.
Decía el teólogo Ascanio Savio: <>.
Don Bosco eligió enseguida los jefes de taller:
puso a Domingo Goffi, que también hacía de
portero, al frente de los zapateros y a un tal
Papino como jefe de los sastres. Los jefes
enseñaban el oficio y debían vigilar atentamente
para impedir el menor desorden. Al mismo tiempo,
componía don Bosco un reglamento, que había que
observar en todos los talleres, como salvaguardia
de la disciplina, la moralidad y el trabajo,
1 Cabo. Así llaman los zapateros a la hebra de
cáñamo, que emplean para coser, cubierta de pez.
(N. del T.).
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