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muy grueso, para que los visitantes no
adviertieran el inconveniente, pero, al poco
tiempo, el papel quedó enmohecido y negro, y acabó
por caerse a pedazos. Sin embargo no se podía
hacer de otro modo. Dado que todos los muchachos
no cabían en la casa Pinardi, había que colocar
parte de ellos en el edificio nuevo. Para que
éstos no se quejasen y estuvieran satisfechos del
traslado, les entusiasmó exaltando la hermosura y
las ventajas del nuevo edificio. Y como empezó él,
antes que nadie, a aposentarse allí, todos los
demás le siguieron alegremente. Si, por el
contrario, hubiese continuado don Bosco ocupando
la antigua habitación y no hubiese instalado en la
casa nueva más que a los muchachos, ciertamente
hubiese habido murmuraciones y descontentos. En
realidad fue una determinación temeraria, vista de
un modo humano, pues tantísima humedad pudo haber
sido ocasión de serias enfermedades. Pero ni don
Bosco, ni ningún otro sufrió el menor
inconveniente, como ya él había anunciado
públicamente. Don Bosco sabía que su promesa
quedaría confirmada con los hechos.
((**It4.659**)) En
cuanto estuvo alojada la comunidad, quiso realizar
el plan que tenía trazado de abrir, aun a costa de
cualquier sacrificio, talleres dentro del
Oratorio. Aquel ir y venir cada día de sus
muchachos a los talleres de la ciudad, por muy
escogidos, vigilados y transformados que fueran,
resultaba un peligro, cuando no un daño, para la
disciplina y el aprovechamiento de los asilados.
Las malas costumbres y la irreligiosidad iban
creciendo entre los obreros, y don Bosco se daba
cuenta de que las burlas, a que estaban sometidos
sus alumnos, podían destruir en muchos de ellos el
fruto de la educación moral y religiosa que
procuraba impartirles.
Las mismas calles que debían recorrer estaban
repletas de vendedores de periódicos, pregoneros
eternos y sistemáticos de una abusiva libertad e
impiedad. Las vitrinas de las librerías y los
tenderetes presentaban escandalosamente toda una
sentina de grabados indecentes, obscenas
estatuillas, noveluchas, otros productos
asquerosos y hasta libros heréticos.
Con todos estos incentivos corría grave riesgo
su fe, a pesar de que don Bosco, además de sus
normas y avisos, les dirigiese una platiquita cada
noche, precisamente con la finalidad de exponerles
y confirmarles alguna verdad que, por ventura,
hubiese sido contradicha a lo largo de la jornada.
Y no sólo en público, sino también privadamente,
les hablaba sin cesar de los errores de los
protestantes y de sus tristes consecuencias,
exhortándoles a estar en guardia sobre ellos.
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