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Resplandecía la humildad en su porte, en sus
palabras, en el evitar cualquier aparición
honorífica y no necesaria, dentro de su habitual
pesuasión de su no ser nada>>.
Añade monseñor Cagliero: <>Nos recordaba, en sermones y conferencias,
que el reino de Dios es el premio de los pobres de
espíritu y que su misión predilecta era cuidarse
de los niños, tan queridos por Jesús, y
especialmente si estaban en la indigencia y
desamparados. Sus palabras tenían una eficacia
singular, porque las veíamos acompañadas de los
hechos. Andaba, además, diciendo que él era el
capitán de los pilluelos (biricchini) de Turín, y
no por vanagloria, sino para conquistarse el
corazón de los muchachos y atraerlos al bien. Le
gustaba entretenerse con ellos, y algunas veces,
al volver de visitas a grandes personajes y a
personas de alta posición, nos decía:
>>-Aquí, con vosotros, me encuentro a mis
anchas: mi vida es estar con vosotros>>.
Observaba don Juan Turchi: <((**It4.655**)) con sus
muchachos acostumbraba a dar órdenes, sino que
solía decir, por ejemplo:
<<->>Me harías tal cosa o tal otra, por favor?
>>Sus buenas maneras conquistaban nuestro
corazón y ganaba con ellas más que con un mandato.
Era muy agradecido al menor servicio prestado,
como si no hubiera obligación de hacérselo. Le vi
salir un día de la habitación como quien necesita
algo. Me acerqué a él y le pregunté qué quería:
>>-Sí, mira, me respondió: tengo una sed
abrasadora; necesitaría beber, pero no encuentro a
nadie.
>>-Si le basta agua y azúcar, yo tengo en la
celda y se lo puedo traer, dije.
>>-íMe harás un gran placer!
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