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momento benévolos. Pero don Bosco, sin mostrarse
lo más mínimamente ofendido, respondió
humildemente y con toda calma:
-Por eso precisamente ruego a sus Señorías, que
me ayuden y aconsejen en esta empresa. Yo me
encomiendo a ustedes. Díganme todo lo que haya que
corregir, y yo lo haré con mucho gusto. Más aún,
me consideraré muy ((**It4.653**))
afortunado si alguno, más perito que yo en la
lengua italiana, quisiera revisar los escritos de
las Lecturas Católicas, antes de publicarlas.
Nos contaba el teólogo Murialdo en 1890, que al
oír la respuesta de don Bosco, concluyó diciendo:
-íDon Bosco es un santo!, y que nunca olvidó
aquella escena. En efecto, quien observe la
susceptibilidad humana ante las críticas de obras
intelectuales, sobre todo cuando se es autor, no
podrá menos de reconocer la heroicidad de don
Bosco al aceptar aquella protesta.
La verdad es que, en parte, era exagerada y, en
parte, era real, porque algunos fascículos, ya
anónimos, ya traducidos del francés por sus
colaboradores, no podían tener la corrección que
exigía un gusto clásico; y aún cuando don Bosco
hubiese trabajado en ellos, no podía librarlos de
las imperfecciones como hubiera deseado. Pero no
se defendió, no adujo razones y siguió con su
publicación sin desanimarse.
Don Bosco era muy digno del elogio que hizo de
él el nombrado teólogo Murialdo: <>.
El teólogo Reviglio atestiguó: <((**It4.654**))
nuestras grandiosas demostraciones de aprecio y
afecto, era para que nosotros cumpliésemos con los
deberes de gratitud y nos ejercitáramos en obras
de piedad que nos alejaban del pecado, y para
tener una ocasión más de insinuarnos alguna máxima
provechosa y más apreciada en aquellos momentos...
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