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en la exposición de los temas, que en el empleo de
los vocablos más sencillos y conocidos.
Hablaba lo mismo que escribía y escribía lo
mismo que hablaba, siempre familiarmente. Para
asegurarse de que todos le entendían bien,
entregaba sus manuscritos a sencillos obreros para
que los leyeran y le contaran luego su contenido.
Un día leyó a su madre un panegírico de San Pedro,
en el que llamaba al Santo Apóstol con el título
del Gran Clavígero (gran llavero o portador de
llaves). Su madre le interrumpió y le dijo:
-íClavígero! >>En dónde está ese pueblo?
Enseguida comprendió don Bosco que aquélla era
una palabra demasiado difícil para ser entendida
por la gente del pueblo, y la cambió. Otra prueba
de su humildad era que evitaba expresamente las
formas elegantes y poéticas. <>. Los sabios
atesoran conocimiento, la boca del necio es ruina
a la vista 1.
A pesar de sus conocimientos históricos,
geográficos y literarios, cuando tenía que enviar
a la imprenta una obra, y aún cualquier escrito de
escaso interés, siempre lo daba a revisar a
personas doctas en literatura y ciencia, como por
ejemplo ((**It4.651**)) a
Silvio Péllico, al abate Amadeo Peyron, al
profesor Mateo Picco, pidiéndoles que le diesen su
opinión y le corrigiesen cuanto quisieran. Recibía
después muy agradecido sus observaciones, y aún
las recordaba, muchos años después, a sus alumnos
con viva gratitud. <>.
Cuando, más tarde, algunos de sus hijos
llegaron a ser licenciados en Letras, les
encargaba corrigieran sus escritos, y aceptaba,
humildemente reconocido, sus correcciones, hasta
cuando no eran muy oportunas, ni siempre justas y
de acuerdo con las opiniones de los mejores
autores; y, a veces, ni siquiera pedidas. Y, si no
le hacían
1 Prov. X, 14.
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