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aquellos días un hecho que aumentó el cariño que
todos sentían por don Bosco. Así lo narra el
profesor don Juan Turchi.
<((**It4.643**)) bajo
una sombra fresca y perjudicial; yo me constipé.
Al ver don Bosco que no comía y que me
desmejoraba, me envió a casa, donde el médico me
hizo cinco sangrías. Estaba superado el mal, pero
yo seguía en la cama sin fuerzas, y aquel estado
se prolongaba, amenazando, según creo, con la
tisis.
>>Alguna semana después, habiendo llegado don
Bosco a Castelnuovo para la fiesta del Rosario,
vino a visitarme y, al enterarse y ver el estado
en que me encontraba, me animó y me dio su
bendición, diciéndome que debía levantarme, sanar
pronto y volver al Oratorio. No recuerdo bien si
fue al día siguiente o poco después cuando empecé
a levantarme; pasé bien y rápidamente mi
convalecencia, y volví al Oratorio.
>>A partir de entonces, gracias a Dios, no he
vuelto a estar enfermo. Atribuyo mi curación a la
bendición de don Bosco, tanto más cuanto que,
después de recibirla, no tomé ninguna clase de
remedios>>.
Mientras tanto, terminaban los jóvenes
alegremente sus vacaciones en I Becchi. Don Bosco
estaba siempre con ellos, entregado del todo a la
revisión de su almanaque. Desde el año anterior
había visto, muy a disgusto suyo, que los
protestantes, para introducirse más fácilmente en
las familias obreras y esparcir la herejía, con
menos ruido y más eficacia, habían impreso un
almanaque, en el que había más errores que
palabras. Lo llamaban El Amigo de Casa; pero, de
amigo no tenía más que el nombre, puesto que
llevaba a los lectores al mayor de los males que
puede haber en la tierra, que es la irreligión y
la impiedad. Lo regalaban a todo hijo de vecino,
lo quisiera o no. Te lo encontrabas colgado del
picaporte de la puerta; si dejabas la ventana
abierta, una mano atrevida lo arrojaba dentro de
la habitación; había quien entraba en los talleres
a regalarlo y quien lo daba gratuitamente por la
calle. Una vez adquirido este librejo, con tan
poco trabajo, la gente lo leía sin temor o
inquietud alguna, ((**It4.644**)) y más
de uno creía tener en sus manos un libro de
piedad. Porque en él se invocaba el nombre de
Dios, se refería la piadosa conversión de uno o de
otro, la resignación que debe tener el pecador y
la confianza en los frutos de la redención; pero
no se hablaba para nada de la confesión, de la
eucaristía, de la devoción a la Santísima Virgen,
y se
(**Es4.490**))
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