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((**Es4.489**) todas sus acciones y delicado en sus diversiones. No soltó jamás una palabra que aludiera en lo más mínimo a nada menos honesto; nunca se le vio jugar con las niñas de las casas vecinas. Este testimonio era confirmado por el teólogo Cinzano. Ni que decir tiene cómo gozaban los alumnos escuchando las loas de su buen padre y la satisfacción que experimentaban al encontrarse con él; de todo ello sabía él sacar fruto para hablar sobre el Señor. De las florecitas de la pradera, de las mieses de los campos, de la abundancia y riqueza de los frutos que pendían de los árboles y las parras y hasta de los descubrimientos hechos bajo tierra, sacaba tema para hablar de la divina bondad y de la Providencia. Muchas noches contemplaba el cielo estrellado desde la era, delante de su casita, y olvidándose del cansancio de haber estado confesando largas horas, entretenía a los muchachos hablándoles de la inmensidad, de la omnipotencia y de la sabiduría divinas. En todas las circunstancias elevaba su alma y la de los demás a la contemplación de Dios y de su infinita misericordia, de modo que, con frecuencia, asegura don Miguel Rúa, sucedía que ((**It4.642**)) exclamaban los jóvenes al igual de los discípulos de Emmaús: -Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur nobis in via? (>>Acaso no ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino?). Las lecciones y ejemplos de don Bosco hacían también mucho bien a los lugareños presentes. La frecuente comunión de sus alumnos les animaba a ir a las iglesias y recibir los sacramentos y, así, lo mismo cuando estaban despabilados y alegres que después, sabían mantenerse recogidos y fervorosos y honraban a Dios con las prácticas religiosas. Don Bosco llevaba con su cuadrilla la alegría y la piedad por las parroquias vecinas, cuyas fiestas solemnizaba con la música. Se reunía en torno a él mucha gente, especialmente niños, y, pese a las largas caminatas, no dejaba de dar a todos una lección o aconsejar algún ejercicio devoto, que después practicaban. Estos paseos fueron uno de los medios que aumentaron el número de los alumnos del Oratorio y que le dieron gran fama. El día de la fiesta del santo Rosario bendijo don Bosco la sotana de Juan Francesia, el cual, lo mismo que los clérigos Rúa y Buzzetti, estaba decidido a quedarse en el Oratorio y ayudar a su Director durante toda la vida. Don Bosco esperaba su colaboración, lo mismo que la de otros tres, Juan Germano, Marchisio y Ferrero, que habían terminado los cursos de latín; sólo que uno, pocas semanas después, vestía el hábito eclesiástico y los otros dos, por distintas razones, renunciaban al estado que antes habían decidido abrazar. Sucedió por (**Es4.489**))
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