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Era todavía más exigente con los clérigos, a
fin de que aprovechasen bien su tiempo. La víspera
de San Juan tenían éstos sus exámenes finales. El
día de la fiesta no les decía nada y les dejaba en
libertad; pero, al día siguiente, empezaba a
llamarles uno por uno:
-Bueno, estamos en vacaciones. Harás un trabajo
práctico leyendo a Rohrbacher, a Salzano y a
Bercastel. Hay en ellos muchas cosas bonitas que
aprender.
Y así siguió haciendo, cuando los clérigos ya
iban a la universidad, después de haber cursado el
latín en el Oratorio, y estudiado teología,
examinándose regularmente en el Seminario.
No satisfecho todavía con esto, mostraba
siempre vivo deseo de que estudiasen los clásicos
latinos eclesiásticos. Desde 1851 y 1852 explicaba
él mismo durante el tiempo de vacaciones, y muy
bien, a Miguel Rúa y a otros alumnos suyos varios
fragmentos de estos autores sagrados,
especialmente las cartas de San Jerónimo, e
insistía para que las tradujeran, aprendieran de
memoria y comentaran. ((**It4.635**)) Buscaba
tranmitir a los demás su propio entusiasmo, y
experimentaba una gran pena al saber que algunos
profesores distinguidos se reían del latín de la
Iglesia y de los Padres, llamándolo, con
desprecio, latín de sacristía. Decía que los que
despreciaban la lengua de la Iglesia demostraban
desconocer las obras de los Santos Padres, los
cuales, en buena parte, forman por sí mismos la
literatura latina de varios siglos, y una
literatura espléndida que, en muchos aspectos,
iguala a la edad clásica y la supera infinitamente
por la imagnificencia de ideas, como el cielo a la
tierra, la virtud al vicio y Dios al hombre. Más
aún, añadía que por la elegancia de estilo, la
gracia del lenguaje, la fuerza y sublimidad de
conceptos, algunos de ellos aventajan a los mismos
escritos del siglo de Augusto; y lo demostraba.
Le tocó discutir sobre estos temas con
personajes muy doctos en Letras, aunque siempre
con prudencia y caridad. Eran tales sus razones
que les convencía de su propia opinión. Con un
razonamiento muy suyo, decía:
-Es un crimen despreciar el latín de los Santos
Padres. >>No formamos nosotros cristianos una
verdadera sociedad, gloriosa, santa y digna? >>No
son estos escritores eclesiásticos nuestros
escritores y nuestra gloria? >>Por qué despreciar
lo que nos pertenece y encontrar sólo la hermosura
en nuestros enemigos, en el paganismo? >>Y esto se
llama amor a la propia bandera, a la Iglesia, al
Papa?
Y no ahorró reproches al mismo Vallauri, que
había publicado alguna crítica sobre el estilo y
la lengua de los Santos Padres, demostrándole
(**Es4.484**))
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