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gente dispuesta a penetrar a la primera señal.
Pero nuestro buen padre, sin miedo alguno, les
respondió:
-Veo bien claro que ustedes no conocen a los
sacerdotes católicos, porque, otro modo, no se
hubieran atrevido a estas amenazas. Sepan, pues,
que los sacerdotes de la Iglesia Católica trabajan
por Dios hasta el fin de su vida; , si por un
casual, hubieran de sucumbir en el cumplimiento
del propio deber, mirarían a la muerte como la
mayor fortuna, la máxima gloria. Dejen, por tanto,
sus amenazas, que me hacen reír.
Estas valientes palabras de don Bosco
parecieron irritar a los dos herejes que,
acercándosele, estaban a punto de ponerle las
manos encima. El, que se dio cuenta de ello, tomó
prudentemente una silla con la mano, y añadió:
-Si yo quisiera emplear la fuerza, les haría
probar cuán cara resulta la violación del
domicilio de un ciudadano libre; pero no, la
fuerza del sacerdote está en la paciencia y en el
perdón. Es hora de acabar. Salgan de aquí.
Y así diciendo, dio media vuelta en derredor de
la silla que tenía en la mano, sirviéndose de ella
como de un escudo, abrió la puerta de la
habitación y, al ver a José Buzzetti, le dijo:
-Acompaña a estos dos señores hasta el cancel,
porque no conocen muy bien la escalera.
Ante tal intimación se miraron los dos, el uno
al otro, ((**It4.629**)) y
dijéronle a don Bosco:
-Nos volveremos a ver en momento más oportuno.
Y salieron con los carrillos encendidos y los
ojos centelleantes de indignación.
Pero no estaban menos indignados, y con razón,
los muchachos del Oratorio, los cuales acudieron
al oír las brabuconerías de aquellos dos satélites
y escucharon sus amenazas a don Bosco. Si, por un
casual, hubieran tenido el atrevimiento de llegar
a los hechos, también ellos hubieran tenido el
derecho, y se hubieran sentido con fuerzas
suficientes, para demostrar el amor que albergaban
en su pecho para defender al padre común.
El atrevimiento de los herejes contra don Bosco
llegaba a las amenazas, porque el Oratorio estaba
aislado en medio de los campos, y casi desierto
durante el día, puesto que los muchachos
estudiantes y artesanos acudían a la ciudad a sus
escuelas y talleres. Don Bosco, conocedor de que a
las amenazas seguirían los hechos, pensaba también
en la conveniencia de que hubiera en la vecindad
algún edificio que le sirviese como de muralla con
sus inquilinos. Su
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