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de buena voluntad, hasta se retractaban; otros, no
sabiendo qué responder y no queriendo darse por
vencidos, acababan gritando e insultando. Don
Bosco se limitaba a añadir:
-Amigos míos, los gritos y los insultos no son
razonables.
Y de esta manera, avergonzados, los despachaba.
Les recomendaba, sin embargo, expusiesen las
dificultades a sus pastores y tuvieran luego la
cortesía de comunicarle la solución dada.
Asistió a una de aquellas sesiones un
interlocutor, llamado Pugno, el cual, después de
confesar que no sabía hacer cara a don Bosco,
terminó diciendo:
-Nosotros no sabemos responder, porque no hemos
estudiado bastante; pero íay si estuviera aquí
nuestro Pastor! El es un pozo de ciencia, y con
dos palabras hace callar a todos los curas.
Don Bosco replicó:
-Pues hacedme el favor de rogarle que venga él
con vosotros. Decidle que le espero con vivos
deseos.
Diéronle el recado y, he aquí que un día se
presentó en el Oratorio el pastor Meille, en
compañía de dos valdenses importantes, residentes
en Turín. Después de los cumplidos ordinarios de
la buena educación, se empezó una discusión, que
duró desde las once de la mañana hasta las seis de
la tarde. Sería demasiado largo referir en este
lugar cuanto se dijo en aquella ocasión; pero es
interesante mencionar un hecho. Se acabó la
discusión, después de haber dado vueltas sobre la
autenticidad de la Sagrada Escritura, la
tradición, el primado de San Pedro y ((**It4.625**)) sus
Sucesores, la Confesión y el dogma del Purgatorio.
Don Bosco había ya probado estas verdades de fe
con argumentos de razón, de historia, de la
Escritura del Antiguo Testamento y del Evangelio,
sirviéndose para ello del texto latino y de la
traducción italiana.
Estas conversaciones fueron posteriormente
escritas por don Bosco y publicadas en los
opúsculos de las Lecturas Católicas en los
primeros años de su existencia.
Ahora bien, uno de los contradictores, que no
se quería rendir, dijo:
-No basta el texto latino ni el italiano; es
preciso ir a la fuente verdadera; hay que
consultar el texto griego.
A estas palabras tomó don Bosco la Sagrada
Biblia impresa en griego, y le dijo:
-Aquí lo tiene, señor; he aquí el texto griego;
consúltelo y verá cómo está totalmente de acuerdo
con el texto latino e italiano.
Aquel pobrecito que sabía menos griego que
chino, no atreviéndose
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